Aquel 23 de febrero

Como todos los días de diario, a la hora de revista y paseo, me fui a la redacción de «Águilas», la revista del Escuadrón de Alumnos en el ‘Palomar’ del primer edificio. Dentro de la rígida vida académica la redacción era un remanso de paz donde mientras nos escaqueábamos de la revista de policía, le sacábamos punta a las anécdotas de la vida académica midiendo la vena satírica de nuestros artículos y dibujos para que superasen la censura del mando.

Aquel día 23 de febrero de 1981 me quedé algo más tarde de lo habitual en la redacción, posiblemente acabando de pasar a tinta alguna historieta. Cuando bajé a la Escuadrilla quedaba poco para el toque de estudio y el fin del paseo. Al entrar en vestíbulo me dí cuenta de que ocurría algo extraño, la gente que volvía de Santiago de la Ribera hacia comentarios nerviosos en algunos corrillos que se habían formado y el cuartelero intentaba sintonizar una emisora de radio alguien dijo: «en el congreso han entrado unos Guardias Civiles» -¿Que?, «Si, parece que es un golpe de estado», -¿Es una broma, ¿no?. Pues no, no era una broma, lo estaba diciendo la radio, todas las emisoras, al parecer una cámara de televisión las que retransmitían el pleno había quedado encendida y se oía también lo que pasaba en el hemiciclo.

Me invadió una oleada de indignación, pero sobre todo de vergüenza. ¡Que vergüenza!, ¿Como podíamos estar dando aquel espectáculo bochornoso ante el mundo?, ¿Cómo podían pensar aquellos descerebrados que iban a encontrar apoyo en algún sitio?.

Con la implacable lógica horaria de la Academia el estudio empezó a la hora prevista aunque había pocos que estudiaban y muchos que escuchaban la radio. Fueron llegando noticias con cuentagotas de que en Valencia habían salido los tanques a la calle y que el Capitán General de la Región Militar, Jaime Milans del Bosch había emitido un bando. A la hora de la cena el Teniente Coronel Jefe de Alumnos vino a decirnos menos de lo que ya sabíamos y que la Academia seguiría con su vida habitual. «Como ya sabrán el Capitán General de Valencia ha emitido un bando y como nosotros estamos en la tercera Región, estamos completamente a las órdenes del Capitán General». Yo me quedé a cuadros y a la salida del comedor le dije a Antonio Pascual, «A ver Antonio si yo me he enterado: ¿nuestro Jefe no es el General Jefe del Mando de Personal del Aire? Si siguen funcionando los teléfonos ¿por qué dice que estamos a las órdenes del Capitan General?, o este tío no tiene ni idea de ORGEA o aqui estamos ‘sublevadísimos’…».

Nadie tenía respuestas para estas preguntas y yo me fui a la cama preocupado. Pensaba en esos blindados que habían ocupado las calles en Valencia. Sus sirvientes eran soldados de reemplazo, muchos de ellos valencianos. ¿Que pensarían mientras estaban sentados en sus puestos empuñando sus armas y viendo por las mirillas su ciudad, quizás su calle o su barrio? ¿que reacción tendrían si tenían que ejercer la fuerza?. Pensé que los oficiales de aquella tropa no debían tener muy clara la situación. Al día siguiente me enteré de que, efectivamente, sobre la media noche y sin recibir órdenes para ello, algunas unidades habían iniciado su retirada a los cuarteles.

Al día siguiente la situación se resolvió con la liberación de los diputados, la entrega de los Guardias Civiles y el arresto de Tejero y otros participantes en el sarao. Nadie volvió a notificarnos que «ya no estábamos a las órdenes del Capitán General» y del tema nunca jamás volvió a hablarse.

La impresión que me quedó fue que la mayoría estábamos completamente ‘pez’ en Constitución Española (solo tenía tres años) y algunos en ORGEA, que en realidad muy pocos de los que tenían que hacer algo tenían claro que era lo que debían hacer y que la mayoría hizo lo que «le parecía» que tenía que hacer o se esperaba que hiciera. Un espectáculo triste que en muchos casos se he tintado de colores y se ha glosado como una epopeya entre cuyos versos es muy difícil sacar -quizás nunca salga- la historia real.

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