Crisis en el correo

Nada tiene que ver esto que voy a escribir sobre la manida crisis económica, la felonía de la banca o la prevaricación de los gobernantes. Se trata de la evolución del correo electrónico, que dicen que está en crisis.
Al parecer a los jóvenes se les antoja una reliquia del pasado eso de escribir un texto y lanzarlo a la red para que espere en el buzón del destinatario el momento en el que a este le plazca leerlo si antes no ha sido acuchillado por el asesino de SPAM.
Los jóvenes, que adoran la inmediatez del mensaje superinstantáneo y superespontáneo que les proporciona veloz intimidad, pero que también conocen y practican los trucos para eludir la exposición a los mensajes indeseados, las conversaciones inoportunas, los contáctos incómodos.
Pero también son esos jóvenes que es su gran mayoría tienen dificultades para escribir un texto de más de 140 caracteres que exprese de forma congruente una argumentación o desarrolle el relato de unos hechos, que prefieren que se lo expliques a leerlo en el mejor tratado sobre la materia y que detestan los libros «que tienen muchas letras», despreciando el hecho de que la escritura y la lectura son el mayor vehículo de transmisión del conocimiento y que no dominarlas te coloca en una posición de desventaja, casi de minusvalía o incapacidad intelectual.
Yo por mi parte, entiendo y asumo perfectamente que no soy joven y creo que no hay tiempos mejores o peores por ser nuevos, solo diferentes. Algunas cosas se repiten y otras cambian. Estaría bien que solo lo bueno se repitiera y pudiéramos cambiar lo malo, marcando así un ciclo constante de auténtica evolución. Contra este bucólico planteamiento se yergue la realidad del descubrimiento. Cada generacion descubre por si misma y ello implica la posibilidad de equivocarse, de despreciar el conocimiento antiguo y de realizar nuevos descubrimientos y errores.
En el plano personal, al madurar deberíamos poder enmendar aquellos errores que cometimos y decantar nuestro conocimiento, guardando las pepitas preciosas de sabiduría.
Al intentar desarrollar este proceso no me parece que la escritura deba quedarse entre la arena sino que más bien debo cultivarla como una preciosa gema que ejerce de piedra angular, no solo del conocimiento sino de mis relaciones y experiencias vitales más preciadas.
Mis recuerdos asociados a la lectura son innumerables y entre ellos el genero epistolar ha sido siempre una fuente de contacto con familiares y amigos muy queridos.
A pesar de ello no guardo cartas, de las muchas que me escribió mi padre cuando estaba interno o cuando estudiaba en la academia militar, ni tampoco las que me escribía aquella novia que luego fue esposa y madre de mis hijos y hoy es encantadora abuela de mi nieto,…
Para mi esto es algo congruente, porque el valor de aquellas cartas no es el de los objetos totémicos o las reliquias sagradas, su valor estriba en la comunicación y el puente afectivo que en su día tendieron para mantenerme cerca de las personas que amaba, enriqueciéndome con su afecto y su sabiduría.
En el correo electrónico encuentro la misma posibilidad de reflexión al escribirlo, de extensión que permite precisar todos los matices de la conversación. La consulta de antecedentes, el repaso de los escrito, la precisión de los términos o incluso a veces la espontaneidad apasionada de lo escrito confieren infinitos matices a la escritura y comunican más de lo que las palabras dicen.
A su vez su lectura diferida en el tiempo proporciona al lector la posibilidad de elegir un momento tranquilo en el que asimilar lo leído, meditarlo, concebir una respuesta, madurar y guardar celosamente el mensaje recibido.
El correo es un vinculo fuerte, frente a los etéreos y débiles chispazos de la mensajería instantánea y por tanto, efímera.

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