La tertulia

Hace ya un par de años, por iniciativa de mi amigo Juan Jesús Aznar tomamos la costumbre de reunirnos una vez al mes un grupo de personas para tomar parte en una tertulia. En principio, nuestro elemento común era contar con la amistad y el respeto de Juan Jesús, y en el círculo han estado incluidas un número mayor de personas de las que acudíamos con asiduidad. Algunos han hecho pequeñas incursiones otros han acudido esporádicamente y a otros, diversas obligaciones personales les han ido separando de esta agradable costumbre.

Tertulia

Mientras que en el primer año de vida de la tertulia nuestro lugar de reunión era la biblioteca del hotel del Golf de Perelada, este último año nos hemos reunido en una sala de la Residencia Militar de San Fernando, algo bastante chocante para la mayor parte del grupo que no habían tenido mucho contacto con el mundo militar. Sin embargo, la magnífica arquitectura de la fortaleza, las atenciones del personal que atiende la contrata de la cafetería y la amabilidad del coronel director, han hecho que estas tertulias hayan gozado de un ‘apoyo logístico’ inmejorable, a añadir a su interés intelectual.
Los habituales de la tertulia éramos de un conjunto personas con profesiones bastante diversas: recuerdo al menos dos artistas, dos letrados, un profesor, un periodista, dos funcionarios, un policía, un militar, un editor,… con unas aficiones y con una experiencia vital relacionadas con el mundo de la ciencia, el arte, la cultura, la administración, la milicia, la justicia… que hacía que cada una de las charlas fuera una auténtica fuente de conocimiento y de enriquecimiento.
Muy lejos de una aburrida coincidencia, las tertulias tienen el acicate de la discrepancia, una discrepancia que siempre ha sido argumentada, fundamentada y razonada. Sobre todo respetuosa y civilizada, lo que se ha convertido quizás, en el principal placer de estas reuniones mensuales. Cuando lo habitual es ver a los tertulianos de cualquier canal televisivo insultarse o dedicarse al autobombo o a proferir sartas de estupideces, hablar sin fundamento ni conocimiento, recibir mérito por cuestiones que cualquier persona razonable consideraría vergonzosas, ante este panorama, disfrutar de un reducto de discrepancia culta y civilizada es un placer para la mente y un bálsamo para la razón.
Hoy casi hablo en pasado porque para mí estas tertulias se van a convertir en un placer casi inaccesible, ya que en breve y por razones profesionales, me será casi imposible desplazarme para asistir a las mismas. No sé si encontraré allá donde esté otro grupo de contertulios que resulte suficientemente estimulante como para obtener mi asiduidad, pero sin duda alguna se que una parte importante de mi queda en deuda con los tertulianos de nuestra reunión «carbonaria» (tal y como la definió uno de ellos en un artículo de prensa) y al mismo tiempo se traduce en una amistad que estoy seguro perdurará a pesar de la distancia, sobre todo teniendo en cuenta que esa distancia será frecuentemente salvada y no ha de ser definitiva.
Nostalgia pues al cerrar este ciclo e ilusión ante las novedades que trae el futuro inmediato. En definitiva, cambios que implican el movimiento y el avance por el sendero de la vida.

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