No voy al fútbol

Para cualquiera que me conozca eso es tan evidente como que por la mañana sale el sol, pero como hoy iniciabamos viaje a Viena, había que andar explicándolo: «Pues no, no vamos a ver el fútbol«. En mala hora se nos ocurrió dirigir nuestro viaje de «fin de semana/con puente» a la hoy capital futbolística de Europa.

Por la mañana, a pesar del sol, he tenido un despertar nebuloso. Espalda rigida, dolor de cabeza, mal presagio para salir de viaje. La mañana ha pasado rápida y pronto estaba en casa repasando la lista de las cosas que había que meter en la maleta, maldiciendo de nuevo las absurdas medidas de seguridad en los aeropuertos y la proscripción de equipaje que hacen las compañías de bajo coste. Al final he podido tomar una decisión sobre la distribución de mis diez kilos de equipaje de mano.

Hacia tiempo que teníamos reservado nuestros billetes y hotel en Viena. Nunca sabremos que grado de malicia hubo en Miguel Ángel cuando hábilmente nos convenció para ir en estos días críticos a la capital austriaca y luego de forma completamente inocente, «darse cuenta» de que allí se celebraba la Eurocopa y «a lo mejor» jugaba allí España.

Con ese handicap y la terrible sensación de que no íbamos a ver la ciudad oculta por una marea de hinchas y borrachos, salimos hacia el aeropuerto y embarcamos sin más contratiempos en el vuelo de Ryanair que nos llevaría a Bratislava, en Eslovaquia a unos 60 km. de Viena. Nuestro taxista nos estaba esperando con el típico letrero y nos llevo hacia Viena en medio de un atardecer precioso por un paisaje llano donde abundaban los generadores eólicos.

Paisaje

En Viena llegamos sin contratiempos al hotel. La joven recepcionista tenia una sonrisa de oreja a oreja y era tan extremadamente amable que me cayó mal. No lo puedo remediar, los simpáticos en exceso me revientan. No tardó en darme la razón ya que después de comprobar el ordenador nos dijo que había un pequeño problema, bueno, que no era tan pequeño, pero que «por suerte» tenía la solución. El caso es que el hotel tenia «overbooking» y no había habitaciones. Por suerte la empresa tenía otro hotel muy próximo y algo mejor y nos alojarían allí por el mismo precio y nos llevarían en taxi inmediatamente y sin coste alguno para nosotros.

Se me puso una mala uva de esas muy difíciles de contener y aunque mi educación hizo la mayor parte del trabajo, me imagino que la cara no engañaba. Le pedí que nos enseñase en un mapa donde estaba el otro Hotel y sacó un mapa del metro y tranvías. El hotel estaba al lado de la ultima estación de una línea, así que le dije que ni hablar del peluquín, o sea «in any way» dicho en británico, lo que acompañado de un expresivo gesto con la mano nos llevó a la realidad de que por más que discutiéramos había una realidad de la que no podíamos escapar. Aquella noche no dormiríamos en el Hotel Artis de Viena.

Seguimos negociando y entre indignadas alusiones a la policía y a la estafa que suponía reservar -con pago a cuenta- habitaciones que no existen, y añadiendo muy serios que no habíamos venido al fúrbol, que éramos turistas, que queríamos ver Viena y que queríamos un hotel «dentro» de Viena. Finalmente nos hicieron una oferta aceptable. Nos alojaríamos en el otro Hotel por una noche, nos llevarían y traerían en taxi y esa noche podíamos dejar allí las maletas mientras salíamos a cenar, cuando volviéramos, nos llevarían al otro Hotel. Aceptamos la propuesta y nos fuimos a cenar a una cervecería próxima que nos recomendaron y para la que nos dieron unos vales para invitaciones por cuenta de la casa.

Codillo

Salm Bräu es una cervecería cercana al Museo Belvedere ‘bajo’ en la misma calle Rennweg que el Hotel. Allí nos acomodamos en el patio, pues aunque era ya de noche, hacía calor. Nos trajeron una carta en español y elegimos unos costillares a la brasa y un codillo regado con cerveza. Las raciones de todo eran generosas y hubo consenso en admitir que el codillo era el mejor que habíamos probado en nuestra vida, con la piel crujiente y la carne jugosa, todos comimos más de lo prudente para una cena.

De regreso al Hotel, nos llevaron al Airo Tower Hotel, donde nos alojaríamos esa noche y a donde llegamos cansados y acalorados. Yo le eché un «Almax» al codillo para calmarlo y me tumbé en la cama a sudar y dormir.

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