Paseo en busca del viento

El Castillo de San Fernando en Figueres, estaba anticuado cuando empezó a construirse y quedó sin finalizar víctima de su tamaño y su inmenso coste para las arcas reales. La fortificación abaluartada murió víctima de su propia perfeccción que ante los inmensos costes de un asalto imponía tácticas que lo evitasen. La fortaleza de este tipo más grande de Europa, el monumento más grande de Cataluña es conocida como «la bella inútil» porque ha conocido pocas ocasiones guerreras.
En la última de ellas, durante la guerra civil española, los republicanos que abandonaban el 8 de febrero de 1939 sus estáncias repletas de material, decidieron volarlas para evitar que el botín cayera en manos del enemigo. El inmenso castillo sufrió grandes heridas, la irreparable pérdida de su portada monumental y aún hoy le quedan inmensas cicatrices, como la ausencia de la cortina de la muralla entre los baluartes de Santa Tecla y de San Jaime, con el hundimiento de la mitad de las cuadras del castillo que se encontraban debajo de esta cortina.

voladura

El camino que bordea el castillo, en lo alto del glacis, justo por delante o por encima de la banqueta del camino cubierto se conoce popularmente como «el camíno del colesterol» porque los figuerenses lo utilizan para hacer ejercicio y librarse de la pérfida sustancia. Es un agradable paseo que permite ver las murallas del castillo y sus inmensos fosos, pero desde el que resulta difícil hacerse una idea de la exacta disposición de sus baluartes, revellines y contraguardias para proteger las cortinas de sus murallas. El caminante experto podrá reconocer orejones, rampas, contraescarpa y otros elementos de la fortificación, pero para obener una visión completa de la fortaleza es necesaria una vista aérea.
Yo he tenido la suerte de sobrevolar el castillo en varias ocasiones y se trata de un espectáculo magnífico a pesar del ruinoso estado de muchas de sus dependencias, los desperfectos mencionados y las reformas impuestas por usos no previstos en su diseño original. Sin embargo no resulta fácil montarse en un avión para darse un paseo aéreo sobre la fortaleza. Yo lo he hecho gracias a la generosidad de amigos que me han invitado a ello, pero no existen horas de vuelo suficientes para quedar harto de contemplar tanta belleza y exprimir con la vista todos sus detalles.
Existen sin embargo otros medios de conseguir vistas aéreas. Y por suerte, aunque la fortaleza sigue en el inventario del Ministerio de Defensa, ya no se trata de una instalación militar en activo y no le es aplicable aquella ordenanza que obligaba al centinela a tomar severas medias con los que pudieran estar espiando la fortificación.

La centinela que viere medir con pasos, cuerda, perchas ó de cualquiera otro modo la muralla, foso, camino cubierto ó glasis de la fortificación, ó que alguno con papel, pluma ó lápiz hace apuntación ú observación con cualquiera instrumento, dará pronto aviso á su cabo, y si la persona que hubiese intentado las espresadas medidas ó reconocimiento se fuere alejando, le mandará que se detenga llamándole; y si á la tercera vez de su mando no obedeciese, hará fuego, debiendo practicar lo mismo con los que reconociesen la artillería ó minas, escalasen la muralla ó hicieren daño en las defensas exteriores.
Tratado 2, Titulo Primero Articulo 43, de las Ordenanzas del ejército, para su régimen, disciplina, subordinacion y servicio, dadas por Su Majestad Católica en 22 de Octubre de 1768

De forma que alentado por el interés por ver de nuevo las vistas aéreas de San Fernando y seguro que ni las restauradas garitas ni las centenarias que sobreviven guardan celosos centinelas que nos impidan husmear los secretos de la magnífica construcción, nos dirigimos esta tarde al camino que la rodea con el fin de obtener fotos aéreas elevando la cámara con una cometa. Mercedes, que conoce bien el recorrido de sus paseos diarios, me ha acompañado, no tanto por el interés cientídico en el experimento sino por el gusto de verme caminar esa distancia, un evento poco frecuente ya que yo no suelo prodigarme, pues como atestiguan todos los análisis estoy fenomenal del colesterol y otros indicadores de salud.

El principio ha sido duro. No solo ha habido que luchar con los remolinos de aire y las rachas de viento variable, sino que hemos tenido que buscar un sitio donde situarnos para evitar postes de luz y árboles, pero nos ha sido imposible evitar estar rodeado de elevados arbustos erizados de ramas dispuestas a abrazar la dubitativa cometa y su nerviosa cola. Perseverando en la tarea hemos conseguido elevarla y como sucede en estos casos, separada del suelo, se ha librado de remolinos y otros meneos y ha empezadoa tirar y pedir hilo. En cuanto se le han visto las ganas de trabajar hemos colgado el picavet, el artilugio del que cuelga la cámara y que se supone que sirve para estabilizarla. Con la cámara colgada hemos empezado el periplo al castillo.
Caminando y soltando hilo a la cometa, no se por qué, todos los corredores me miraban como si fuera un bicho raro. Ellos si que son raros, ¡mira que correr a esas horas!. Todo el mundo sabe que «correr es de cobardes» y yo, que soy tolerante, no se lo hecho en cara. La cámara iba haciendo fotos a razón de una cada cinco segundos. En total ha disparado algo más de trescientas fotos y aunque debido a los meneos un elevado porcentaje han salido o borrosas o movidas, hay un buen número de fotos estupendas. Como la cámara se orienta en el suelo, esperaba recoger hilo en el extremo norte para cambiar la orientación en el sector del camino de vuelta, de forma que el objetivo apuntase siempre al interior de la fortaleza. Sin embargo al llegar a ese punto tenía todo el hilo (unos 100 mts.) extendido y me quedaba el brazo justo para recogerlo una vez. Lo he ido haciendo mientras recorria la segunda mitad del camino y la cámara sacaba excelentes fotos de los matojos del campo y de la autopista en la lejanía.

Hornabeque de San Miguel

Por suerte tenía ya casi todo el hilo recogido cuando el viento ha empezado a flojear y la cometa a descender peligrosamente. Dicen en Figueres que «la Tramontana se va a cenar» pero hoy creo que debe haberse ido mas bien a merendar por la hora que era. Yo veía la cometa sobre el parapeto de la muralla, la cámara colgando sobre el foso y yo sobre el camino cubierto en una posición bastante desfavorable para un aterrizaje. Recogiendo hilo a toda la velocidad que daban mis pobres brazos cansados he conseguido salvar el trance, poner la cámara en las manos de Mercedes y aterrizar la cometa sobre los arbustos del glacis donde no ha sido difícil recogerla.
Cuando he llegado a casa no he corrido al ordenador a ver los resultados, sino que me he sentado en el sofá a saborear el dulce placer de la impaciencia que duda entre la seguridad en la victoria y el temor del fracaso. Usar una cámara que no permite comprobar in situ los resultados tiene inconvenientes, pero tambien tiene su encanto: esa sensacion de regreso al los tiempos del revelado en que la intuición y buen ojo del fotógrafo tenía que paliar la escasez del material y la imposibilidad de entregarse al método de «ensayo-error» frenético que hoy propician las cámaras digitales.
Finalmente he repasado las fotos y satisfecho, me he puesto a escribir esta crónica que se ha hecho algo larga, digamos que proporcional a la satisfacción encontrada con la sesión de esta tarde pero que no recortaré con la esperanza de que el paciente lector que ha llegado a este punto haya compartido al menos una pequeña fracción de esa agradable sensación.

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