Praga 25/06/2010
El Hotel Rafaello solo tiene 36 habitaciones. Las nuestras están amuebladas de forma sencilla pero elegante con muebles nuevos.
Sin embargo la ausencia de aire acondicionado y las temperaturas exteriores hace que las habitaciones sean calurosas.
Una doble ventana aisla perfectamente la habitación del intenso ruido de la calle y hace que sea muy incómodo abrirlas para refrescar la habitación. Por tanto y en palabras de Miguel Ángel, la habitación puede ser fresca y tranquila, pero no las dos cosas al mismo tiempo.
El cuarto de baño pasa de sencillo a espartano. Limpio como una patena, se ve bastante bien tratado (el hotel fue reformado hace unos pocos años) pero se echa de menos cosas tan elementales como una mampara en el baño o algún tipo de asidero en el mismo para no jugarse la vida al subirse y bajarse de la bañera cuyo fondo está situado al menos un palmo por encima del nivel del suelo.
Aunque se esfuerzan por hablar español, pronto se advierte que el vocabulario castellano del personal del hotel es bastante reducido. Por suerte podemos entendernos casi a la perfección en inglés. El personal del hotel es muy amable y atento.
Al bajar a desayunar nos encontramos con un bufete sin muchos alardes. El horrible café aguachirri estilo americano y los insípidos zumos son probablemente lo peor del mismo solo si ponemos en la categoría de lo inaudito la ausencia de tostadora. Sin ningún tipo de elemento destacable en otros aspectos, hemos desayunado bien, pero de forma austera para la categoría que se supone tiene el hotel.
Al iniciar la visita a la ciudad nos hemos enterado de como se usa el transporte. Unos bonos diarios dan derecho a subirse a metros y tranvías. Los autobuses son prácticamente inexistentes. Compramos el billete diario en el kiosco de la propia estación de metro y se chequean en unos aparatos que hay en los accesos,pero solo para validar la hora y empezar a contar las 24 horas de duración.
En los andenes es relativamente frecuente encontrar vigilantes de seguridad qe piden el billete a los pasajeros al tiempo que les enseñan una especie de placa que llevan en la mano.
Aparecimos después de dos estaciones de metro en el centro de la ciudad vieja y alli hemos realizado una visita auténticamente maratoniana que nos ha llevado por las calles llenas de edificios impresionantes a la plaza del Ayuntamiento, la plaza Staromestska donde se encuentra el famoso reloj que es uno de los iconos de Praga.
Después de ver al reloj dar las doce, que es un auténtico espectáculo, buscamos una cervecería donde tomarnos un pequeño descanso y una cerveza. La cerveza checa por antonomasia es la Pilsen, pero a mi no me gusta así que me pasé el viaje probando cervezas negras y tengo que decir que las probé muy buenas.
Tomamos una comida memorable en un lugar llamado Skorepka, situado en la calle del mismo nombre, que Mercedes ha detallado en su blog y yo no repetiré aquí y por la tarde nos dimos otro palizón paseando por el barrio judio, pero sin poder visitar las sinagogas que estaban cerradas.
Por la Tarde jugaba España en el mundial de fútbol y Miguel Angel buscó una cervecería con televisión para ver el partido. Allí se quedaron viéndolo, mientras Mercedes y yo nos fuimos a dar una vuelta en tranvía y cogimos el 22, que es el que sube desde la ciudad hasta el castillo, siguiéndolo hasta el final de la linea. A nuestro regreso el partido estaba acabando. Nos pedimos allí mismo la cena y nos pusieron unas costillas de cerdo a la brasa que estaban deliciosas.
Llegamos al hotel reventados y caímos en la cama para dormir como troncos.