Me gusta disfrutar de los placeres sencillos que la vida te ofrece. Y creo que uno de ellos es observar a la gente. Veo en la gente la belleza del cuadro que podría pintarse con sus poses naturales. Esos ‘robados’ quedan en mi retina ya que no tengo la habilidad suficiente para bocetarlos en un cuaderno y me produce cierto rubor fotografiar a la gente, tan descarado que soy para otras cosas, en eso me corto bastante.
Naturalmente sería un cínico si no reconociera que me gusta especialmente observar a las mujeres. No hace falta que sean bellezones espectaculares. Para los hombres, la mujer tiene una belleza consustancial a su género y solo los perezosos o los poco observadores se conforman con lo evidente, con la belleza ajustada al patrón o al estereotipo.
Muchas mujeres tienen un encanto especial en su forma de andar, de vestir, de peinarse, en su carácter risueño o enérgico, en su voz afable o cantarina, en sus facciones duras o en sus formas redondeadas, cada mujer tiene algo de encantadora, la esencia de Eva que la hace atractiva para el hombre, cada mujer es una persona, que ama y que siente y que es digna y merece ser amada que guarda un potencial inmenso de felicidad para ella y sus semejantes. Supongo que igual que cada hombre, pero a mi -que le vamos a hacer- me han interesado siempre más las mujeres.
Si, la gente es maravillosa, sorprendente y sus formas encierran el secreto de la belleza que solo los grandes artistas han sabido transportar a un lienzo. Esa es la esencia del genio. Cuando pasa una muchacha por la calle es fácil quedarse mirando admirado por su belleza, por su gracia por la historia que uno imagina tras su gesto al apartarse el pelo o al agitar la mano mientras habla por el móvil, pero solo los grandes genios consiguen construir una imagen y plasmarla en una obra gráfica y que esa imagen induzca al observador a evocar aquel momento mágico, aquel instante de vida y belleza cotidiana.
Yo, ya lo he dicho, no poseo ese genio. Y aún a sabiendas de lo poco probable que resulta que pueda acercarme a él, encuentro placer en intentarlo, modestamente y con paciencia, observo. Miro el mundo a mi alrededor y disfruto de la contemplación de la vida. Por eso me gusta viajar y conocer gente. Por eso me gusta dibujar, por si acaso en algún momento se revelase en mi un talento hasta ahora desconocido.
Si la capacidad de dedicarse a una vida contemplativa está reservada solo a los adinerados, lo cierto es que las nuevas tecnologías nos permiten explorar el mundo de una forma bastante eficaz sin movernos de casa. Como los libros de viajes y los documentales sobre destinos exóticos, Google Maps nos permite ver el mundo a vista de pájaro o descender al nivel de la calle y pasear por ciudades lejanas. Muchas veces uso la función de Street View para ver las panorámicas a nivel de calle como el que consulta un mapas de carreteras, pero cuando disfruto de ella es cuando me dedico a «pasear» y observar a la gente. Resulta sorprendente como en su recorrido por las calles el coche de Google puede ofrecernos hasta cinco instantáneas de una persona andando por la calle, cruzando por delante del coche o alejándose.
Hoy, mientras leía la noticia de la adquisición por parte de Google del edificio «111 Eighth» en Nueva York he visto una imagen integrada en la noticia que mostraba el edificio a pie de calle. A través de este marco de Google Maps integrado en la noticia me he puesto a dar una vuelta al edificio hasta que en un momento determinado me he ido alejando por la calle 16th en dirección .este. En una de las escenas, me ha llamado la atención una mujer cruzando la calle. Con gabardina y minifalda, altos tacones y un bolso a la espalda me parecía una simpática imagen de una neoyorquina, una versión del mundo real de Carrie Bradshaw cuyo ficticio apartamento no debe andar muy lejos de ese barrio.
Pues sí: la curiosidad me puede. Moviendo atrás y adelante el visor de Street View he conseguido cinco imágenes de la neoyorquina desde que empieza a cruzar la calle hasta que se aleja bajo el dosel de un elegante edificio pasando por el momento estelar en que acelera el paso delante mismo del observador o agita su melena de espaldas al subir de nuevo a la acera. Una fracción de la realidad en finas lonchas que permiten disfrutar de cada instante, analizar las formas intentar reproducirlas con papel y lápiz en la mano agradeciendo a la anónima neoyorquina su involuntario papel de modelo protagonista de un instante en el que recrearse y disfrutar.
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