En Madrid muy poca gente respeta los semáforos para peatones. Es una de las cosas que más me sorprende de la capital. No se trata de la persona que va deprisa y después de mirar, cruza consciente de estar transgrediendo la norma. Tampoco es el caso -frecuente- de una calle con el semáforo de peatones en rojo y ningún coche a la vista, incluso a cientos de metros.
No, no me refiero a esos casos. Es día a día, de forma contínua y sistemática: los peatones de madrid ignoran a los semáforos. Cruzan con toda tranquilidad, despreciando a la muerte y seguros del funcionamiento de los frenos de los vehículos y de los reflejos de los conductores. Su desprecio por las normas llega al absurdo convencimiento de creerse en posesion de la razón, de mirar con desprecio, los más condescendientes solo con pena a los pobrecillos que nos quedamos en la acera esperando el cambio del semáforo a verde para pasar.
Hubo un tiempo en que pensé que los madrileños debían creer que era invidente, y por eso solo cruzaba al oir la señal acústica. Durante otra época deduje que se me debía notar que soy de provincias en que me paro en los semáforos, e incluso pensaba que aquella gente debía estar más ocupada que yo y tenía tanta prisa que no podía perder tiempo esperando en los semáforos. Cosas de la capital.
Pero después de casi un año de observación y análisis de los comportamientos de los peatones urbanos en Madrid he llegado a la conclusión de que esta incontinencia peatonal es un paradigma de toda nuestra vida social. La gente no respeta los semáforos porque en general no respeta las normas. Las normas solo son útiles cuando nos conceden una ventaja, si voy a cruzar y está verde, pero un coche se va a saltar el semáforo, me pongo delante y le afeo su conducta, le chillo y exigo mi derecho a pasar porque tengo el semáforo en verde. Si por el contrario cuando voy a cruzar está el semáforo de los peatones en rojo, cruzo igualmente, para demostrar que soy independiente e indómito, pura raza española. Si algún impertinente se atreve a acosarme con su vehículo exigiendo su derecho de paso hay que protestar y poner de relieve su exceso de velocidad, su falta de cortesía y el engreimiento que muestra por conducir un vehículo con mucho más peso que un indefenso peatón. Y mantener que se tiene razon aunque se esté cruzando por un lugar sin paso de cebra o con el semáforo en rojo. «a ver si es que voy a tener que ir hasyta el paso de cebra para cruzar», me decía un peatón al que casi atropella un coche cuando cruzaba una calle a escasos diez metros de un paso de cebra y por supuesto sin mirar.
Este desprecio por las normas de trafico es extrapolable a cualquier otra parte del cuerpo legislativo. En España creemos que las normas son para pasárselas por el arco del triunfo. Admiramos secretamente a los que viven al margen de la ley y envidiamos a los que se enriquecen con corruptelas, estafas y saqueos diversos incluso si el objeto del saqueo es el erario público que lejos de verse como el patrimonio común consideramos que no es de nadie».
Producto de esta admiración insistimos en elegir como líderes a los que sabemos a ciencia cierta que han robado y estafado, ostentosos prevaricadores y mafiosos y caciques con la esperanza de congraciarnos con ellos y que como miembros de su tribu, repartan el botín con nosotros, distingan a nuestro entorno con un subsidio, un puesto con nómina y sin obligaciones, una compra fictícia o un cargo meritorio. Si tal cosa ocurre, lejos de ocultarlo con verguenza lo pregonaremos a los cuatro vientos haciendo gala de nuestra amistad profunda con un distinguido sinvergüenza, de nuestra destacada posición en la casta de los corruptos y de nuestro buen criterio a la hora de apostar por las relaciones más beneficiosas.
Si no ocurre nada de esto y la fortuna del lado oscuro no nos distingue, puede que despotriquemos de sus injusticias y desatinos afirmando que «los nuestros lo harían mejor», clamando por la inmoralidad de actos que veríamos loables en «los nuestros» y en el fondo lamentando que no seamos los agraciados por la fortuna.
Naturalmente no todo el mundo tiene elegido un bando, tambien hay quien considera que este reparto alternativo del botín público es natural porque «siempre ha sido así», que al menos ahora cada cuatro años nos llaman a meter un papelito en una urna, para bedecir el desatino y que antes ni eso y que «este país no tiene remedio».
Y, efectivamente, este pais no tiene remedio, ni lo tendrá mientras no saltemos los semáforos, mientras no veamos a los que se saltan los semáforos como lo que son: unos energúmenos incívicos y amorales, un peligro para la sociedad y unos egoistas insolidarios.
Por que las normas, son las normas, «Dura lex, sed lex» dice el aforismo latino. La ley es dura, pero es la ley. Y si no nos gusta, la cambiamos y si no somos mayoría para hacerlo, la seguimos cumpliendo, porque en eso consiste la democracia: las normas se cumplen sin trampas. Esa es la garantía que nos protege a todos. Nos escandalizamos de que «Muy honorables» Presidentes de comunidades autónomas declaren que no van a cumplir la ley, de qu de hecho no la cumplen o de que hayan tenido comportamientos propios de corizos y mangantes, pero ese comportamiento es un incumplimiento de la Ley tan punible y despreciable como saltarse un semáforo: las cosas pequeñas llevan a las grandes.
En España no habrá democarcia hasta que no respetemos los semáforos.