Yo era un niño somnoliento y asombrado ante la televisión. Mi madre sabía de mi pasión por los viajes espaciales y por la astronáutica y me despertó para ver descender a Amstrong del módulo lunar. Hoy cuando he visto las mismas imágenes en el telediario me han parecido muchísimo mejores que aquellas en las que apenas podíamos distinguir algo, salvo por la enorme emoción, la ilusión y la pizca de frustración.
Pues si, fustración. Solo unos meses antes, mis padres le habían pedido a mi pediatra, el Doctor Cambrodí, reputado estudioso de la psicología infantil, que tratase de responder a la pregunta:»¿Nuestro hijo es tonto o es vago?». El doctor me hizo una tanda de test psicotécnicos y el último día me dijo:»Roberto, te voy a hacer una pregunta y quiero que me respondas, pensándolo bien: ¿que cosa te gustaría hacer más que ninguna otra que reúna las características de ser posible pero que tú sepas que es imposible que tú llegues a hacerla», desoyendo el consejo del doctor y sin pensarlo dos veces le dije: «ser el primero en llegar a la Luna«.
El doctor dictaminó, supongo que con otros elementos de convicción, que era vago. Entonces no había niños hiperactivos ni con déficit de la capacidad de atención, solo niños tontos o vagos. Además de los niños buenos, claro, pero la mayoría de estos eran aburridos, gilipollas o las dos cosas y carecían de interés para la ciencia. A mi me catalogaron como «listo pero muy vago: no hace más porque no le da la gana». Y el doctor prescribió «mano dura». Mi padre lo aplicó con entrega y cariño y yo se lo agradezco. No llegué a astronauta como soñaba, pero al apuntar alto, quedé en buena posición.
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Directo a mis favoritos de momentos Roberto Plà :)