Las mil aguas de abril

Domingo, 4 de abril
El último dí­a en la Toscana y el agua nos persiguió hasta el aeropuerto. Hasta el punto de que al llegar lo primero que tuve que hacer es quitarme los zapatos, abrir la maleta y cambiar de calcetines -que llevaba empapados- y de calzado.
Por la mañana resultó que nuestras amadas esposas no habí­an tenido tiempo de visitar el dí­a anterior en su «tarde libre» una de las mayores atracciones turí­sticas de Florencia: los almacenes H&M.
Asi que nos dirigimos hacia allí­. Como la Capilla de los Medici nos pillaba de paso decidimos verla- Sobre todo porque estaba al lado del mercadillo y mientras Miguel Angel y yo hací­amos cola, Mercedes y Mariona hací­an las últimas compras. Lo cierto es que en parte fui beneficiario de ello pues Mercedes compró unas cuantas corbatas de seda, unas para regalar y otras para mi. La vendedora del puesto era muy simpática. Digamos que simpática en la medida justa, porque a mi los vendedores con «exceso de simpatí­a» me producen repelús.
Visitamos la Sacristia vieja, con obras de Brunelleschi, la Sacristí­a Nueva de Michelangelo y la grandiosa Capilla de los Prí­ncipes que estaba restaurándose en parte. No pude resistir la tentacion de hacer alguna foto clandestina de las magní­ficas esculturas del amigo Buonarotti. Después, en la propia iglesia de San Lorenzo que estaban diciendo misa solo pudimos ver, desde el fondo de la nave la impresionante vista de las columnas corí­nticas y los arcos que en ellas se apoyan formando un espacio magní­fico construido en los primeros tiempos del Renacimiento.
Comimos en un restaurante próximo al hotel que veí­amos cada dí­a al pasar y comentábamos: «tiene buena pinta». La chuleta que nos zampamos recordaba aquella escena de los Picapiedra en la que el peso de la chuleta les vuelca el troncomovil. Estaba buena, aunque no tan tierna como la que habí­amos comido el dia anterior.

Viaje a la Toscana

En el hotel se portaron estupendamente y tuvimos el coche en su aparcamiento hasta después de comer. Lo recogimos y tomamos la ruta de Pisa con la relativa ayuda del GPS. Hicimos paradas en Pistoia y Lucca. En la primera el conjunto de edificios monumentales, especialmente el Museo y la iglesia con su Baptisterio son impresionantes y los habrí­amos disfrutado más si no los hubieramos tenido que ver bajo una llugvia que empezó a arreciar según nos bajamos del coche. Por otra parte, las restricciones de tráfico propias de estas ciudades tan visitadas no son nada agradables en un dí­a lluvioso.
En Lucca no pudimos ni bajar del coche. Una lástima porque la ciudad es una joya encerrada en sus murallas abaluartadas y con monumentos tan curiosos como la plaza del mercado, de forma oval porque sus edificios están construidos aprovechando el antiguo anfiteatro romano.
Desde allí y a pesar de la lluvia no fue muy difícil llegar al aeropuerto aunque dimos algunas vueltas para recargar el depósito justo en la última gasolinera antes de devolver el vehiculo alquilado. A casa llegamos cansados y felices pero con la sensacion de haber visto solo una pequeña parte de la belleza que encierra la maravillosa región de la Toscana.

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