El domingo por la mañana amaneció soleado y a la hora que habíamos quedado teniamos a Alejandro y Kira esperándonos delante de la residencia con su coche para iniciar la excursión por el Lazio.
Durante el camino nos pusimos al dia de chismes y novedades en Figueras, y procuramos prestar mucha atención a las singulares indicaciones viales italianas. Alejandro dijo que puesto que teníamos tanto interés en Bomarzo empezaríamos allí, no fuera a ser que algun imprevisto nos impidiese la visita.
Así lo hicimos. Llegamos a Bomarzo después de algun pequeño rodeo por la compiña del Lazio y comprobamos que era un pueblo en lo alto de una peña. Según Alejandro ‘todos’ los pueblos italianos son ‘posiciones defensivas’. Desde luego, si hubieramos llegado alli el dia anterior en medio de la lluvia no sé que habria sido de nosotros.
El Parque de los Monstruos estaba señalizado lo justo para evitar la desesperación. La entrada es algo así como un atraco teniendo en cuenta que se trata de dar un paseo por un jardin y ver unas estatuas. La tienda de recuerdos era también algo patética, pero el jardin y sus estátuas no me decepcionaron. Más que por la perfección de su esculpido las esculturas monumentales del tambien llamado ‘Bosque encantado’ o ‘de las Maravillas’ destacan por la desbordante imaginación de su creador y sus formas sencillas que en muchos casos casi podria calificar de ‘Naif’. El Hércules descuartizando a Caco sorprende al principio del recorrido, la casa inclinada lleva siempre al comentario y la duda de su fue construida inclinada con algún propósito o una vez hecha un fallo en el terreno la inclinó. Los autores que hablan de este conjunto monumental no se ponen de acuerdo. Cuando entras en la casa eres presa de una desorientación espacial que te hace difícil guardar el equilibrio y Mercedes casi llegó a marearse.
Tras la visita nos montamos de nuevo en el coche y fuimos a Bagnoregio. Situado sobre unas colinas que se desploman por la erosion del agua de la lluvia toda la comarca ofrece unos paisajes interesantes, pero es Bagnoregio el foco de la curiosidad de los visitantes y mas exactamente Civita di Bagnoregio una ciudadela colocada sobre un monticulo sin otro acceso que un puente peatonal. Llamada ‘La ciudad que muere’, Civita di Bagnoregio está seriamente amenazada, se diria que fatalmente condenada por la naturaleza de la base sobre la que se asienta. Los accesos que un dia hubo a este nucleo desaparecieron tras terremotos, dejándola aislada salvo por su puente.
Aparcamos bajo este puente y comimos en la Hostaria del Ponte. Cuando entramos pensé que saldríamos escaldados porque a pesar de que el mirador estaba prácticamente vacio, por una serie de excusas algo incomprensibles no pudimos sentarnos alli. Como a esa hora lo qeu deseaba -al menos yo- era comer, pasamos dentro. Los manteles y la cuidada encuadernacion de la carta, los uniformes de los camareros, todo presagiaba un atraco. Sin embargo, la columna derecha de la carta no parecía especialmente amenazadora.
Mercedes quiso pedir una ensalada sencilla pero le recomendaron vivamente la de la casa. Nos dejamos guiar en esa y en otras elecciones y nos vimos sorprendidos por una comida original en la sencillez de sus combinaciones de sabores, muy bien preparada y condimentada y una atención razonable. En la cuenta no hubo sorpresas y salimos de alli doblemente satisfechos.
La subida a la ciudadela nos ayudó a bajar la comida y puso a prueba nuestras piernas. No obstante fue toda una experiencia. El pueblo esta plagado de rincones bellisimos. En la plaza tenia montada una fiesta en el mas puero estilo ‘Mediterráneo profundo’ y podria haberse situado en casi cualquier pueblo de España. Alegria, música mas o menos pachanguera a todo volumen, chuletada con sus brasas y su humo que inundaba la plaza fueron el escenario de nuestra visita. En la iglesia tuve una desagradable experiencia. Un vendedor tenia en su interior montada la paradita de estampitas y otros recuerdos. Como Marcelino me había pedido que si encontraba estampitas le llevase alguna para su colección me acerqué a preguntar por los precios. Mediante los carteles que tenía alli colocados, el vendedor, un hombre mayor me indicó que las estampitas eran a 0.50 euros cada una. Cuando hube elegido varias, pretendía cobrarme tres euros por unidad, asi que Marcelino se quedó sin sus estampitas y el vendedor sin su venta.
Nos costó irnos, pero el dia avanzaba y queríamos aprovechar el sol para visitar Orvieto. Es el pueblo más al norte que visitamos y después de dar varias vueltas por calles estrechas en busca de un aparcamiento imposible, dejamos el coche extramuros y entramos andando en la población. En cuanto nos aproximamos al centro quedamos asombrados por la vida que tenian las calles. Toda la poblacion y bastantes forasteros llenaban las calles, se paraban para saludarse y para mirar los escaparates y formaban una marea humana a través de la cual nos abrimos paso hasta la magnífica iglesia catedral.
Es dificil describir cuantas maravillas artísticas pudimos admirar, cuantas curiosidades observar y cuantos rincones particulares querriamos habernos llevado con nosotros. Antiguo centro de poder etrusco Ovieto es uno de esos lugares milenarios donde el paso de los siglos ha ido acumulando historia y belleza. Nuestra pequeña cámara digital se veía incapaz de recoger tal cantidad de imágenes y nosotros nos concentramos en guardarlas en los ojos como sensaciones antes que en la tarjeta como bits. Las fotos que hicimos no reflejan pues, mas que una pequeña parte de la belleza que pudimos disfrutar.
De vuelta a Roma no encontramos mucho tráfico, asi que supongo que para alargar el placer de nuestra compañía, Alejandro decidió perderse en Roma. Puso tanto interés en hacerlo que casi nos salimos de nuevo de la ciudad. Finalmente nos despedimos en una estación de metro, no sin antes recomendarle solo con un poquito de sorna, la inmediata adquisición de un buen GPS.
Tomamos el metro y nos bajamos en la Plaza Barberini. La intención inicial era dar un paseo por la Via Veneto, pero cuando llegamos el estómago y los pies nos aconsejaron buscar un sitio para cenar. Bajando por la via del Tritone encontramos una tienda en la que vendian fruta, algo que nos apetecía a los dos, asi que esa fué nuestra cena: Un bocadillo (Barbarismo: sandwich) compartido, un vaso de piña cortada y granos de uva y un yogourt de limón. Seguimos andando hasta la Fontana de Trevi, donde llegamos ya anochecido y dimos una vuelta por aquella zona comentando lo que recordábamos de nuestro anterior viaje, quince años atrás.
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