Compramos cosas o las introducimos en nuestra vida y luego nos damos cuenta que son como un anzuelo, que provoca un dolor y una angustia que nos arrastra al lado oscuro pero resulta imposible desprenderse de el sin provocar inmenso dolor y una carnicería que también tendrá sus consecuencias.
Yo llevo ya unos ocho años con un anzuelo dentro procurando moverme con cuidado para que no me moleste sin conseguirlo demasiado y pensando en acudir al cirujano para que me lo extirpe, o por lo menos recorte la punta para que no sea tan molesto.
Mi anzuelo se llama Xaomi y tiene varias puntas. Una es MIUI, la cáscara pegajosa de android, impertinente y molestona que estorba todas las acciones que quieres realizar con el teléfono. Otras puntas son las aplicaciones integradas, incansables anunciantes de mil basuras irrelevantes de las que no puedes desprenderte porque no se pueden desinstalar.
No cabe duda de que otra de las puntas es Android. Aunque lo consideremos un mal inevitable es bastante insufrible como pseudo-sistema operativo.
¿Por qué no hay teléfonos y Tablets con Linux?. Pues por lo mismo que los pescadores no van al río a alimentar a los peces.
Tú te acercas al anzuelo para comer información, comunicarte o entretenerte y de pronto eres la entretenida merienda del pescador.
Después de estos años, el otro día el teléfono tuvo una serie de espasmos, cuelgues y reinicios sucesivos sin control con muy mala pinta.
Aunque solo tenía sin respaldo diez días de fotos y un par de archivos de texto, tenía interés en rescatarlos. Estaba axfisiándome y todavía quería paladear un poco más el cebo.
Después de un comportamiento errático, al encenderse solo aparecía en la pantalla la palabra «FASTBOOT», me sonaba que eso era como un SOS del gusanito del anzuelo y pensé en rescatarlo.
Tuve que investigar, porque nunca he sabido mucho de Android ya que lo odio por ser un software enigmático en el que hay que caminar por un campo de minas para leer los letreros con las instrucciones.
Siguiendo un rastro de guijarros por el bosque de páginas web, deduje que tenía que instalar Android Studio una especie de entorno de desarrollo de Arduino para disponer de una de sus utilidades que incluye: adb que significa «android debug bridge» y que permite dar órdenes al teléfono desde el ordenador.
Conseguí que arrancase. Las fotos, según la galería, habían desaparecido, pero para el explorador de archivos, seguían allí. Al conectar el teléfono al ordenador pude recuperar las fotos y los archivos que quería.
Decidí que era el momento de acudir a la cirugía y extirpar el MIUI y todo rastro de Xiaomi que pueda de mi teléfono.
Como intuí que la duración del proceso podía alargarse pensé que lo inmediato era restituir el teléfono al estado «de fábrica» y luego ir trabajando.
Creía que ese sería el final de un proceso que había sido angustioso, y la solución a mis problemas, pero realmente solo fue el principio de un mayor dolor genital.
Sigo con el dolor en mis partes. Me devano los sesos temeroso de pisar una mina y con sorpresas a cada paso.
Cuando era pequeño, muy pequeño, gastaba mi insignificante «paga» en «tebeos» que era como entonces se llamaba a las revistas de cómics. De ellos solo odiaba la palabra «continuará». Me permito está divagación para que comprendáis que a mí me duele tanto como a vosotros dejaros a media historia, pero es ahí donde estoy: sin saber si sobreviviré a la extirpación del anzuelo y resultare ser el prota de la historia o moriré en el intento como un secundario prescindible cualquiera. Lo sabremos en el capítulo que viene.