La torre inclinada

No hace falta decir más para saber donde decidimos pasar unos dí­as de descanso los dí­as festivos de la Semana Santa. Empezando por Pisa, a donde nos llevó Ryanair después de obsequiarnos con más de hora y cuarto de retraso y siguiendo por Florencia y Siena, querí­amos ver la Toscana una región y un paisaje cuya belleza ha sido plasmada por todas las artes desde hace cientos de años.
Llegamos a Pisa por la noche. Como he dicho, algo más tarde de lo esperado. El retraso de Ryanair nos costó 30 euros de recargo al recoger el coche y guiados por el GPS que viajó con nosotros, llegamos sin mucha dificultad al Hotel Verdi. El cansancio nos hizo encontrar la habitación confortable y la cama como los dulces brazos de Morfeo.

Piazza_dei_Miracoli

Al dia siguiente, después de un desayuno solo regular nos dedicamos a recorrer Pisa en peregrinación a la Piazza dei Miracoli, donde se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos y monumentales más bellos del mundo donde solo las personas son la nota discordante con gestos, poses y costumbres repetidas. El inconveniente de viajar en estas fechas es que los lugares comunes están a rebosar de turistas, de los que irremisiblemente formamos parte y las fotos siempre se ven salpicadas de esa marea humana que todo lo invade.
Sin embargo y aunque no he podido verlas con detenimiento en una pantalla lo suficientemente grande, creo que alguna de las fotos que hice ha conseguido reflejar algo de la belleza que nos asombró.

Aconsejados por el personal del hotel, decidimos improvisar una visita a Livorno, la ciudad portuaria próxima a Pisa que nos aseguran es preciosa. Además de constatar que los conceptos de belleza son frecuentemente muy relativos, también tomamos nota de que la improvisación no mejora necesariamente un viaje.
Aparcamos con dificultad en un centro muy saturado de coches y con el tráfico muy restringido y buscamos un restaurante bueno y barato. Después de rechazar una recomendación por excesivamente formal y caro, acabamos cerca del mercadillo de frutas y verduras en una pizzeria en la que lo primero qeu nos dijeron es que no tení­an pizza ni menú. A esas horas nos tocó comer lo que habí­a, más o menos al precio que habí­amos rechazado antes.
Para sacudirnos el recuerdo de Livorno, aceleramos hacia Florencia donde dejamos las maletas en el Hotel Londra y vamos en busca de la luz del atardecer y el señorio de la piedra, asombrándonos del dispendio de espacio como ostentación de poder que hacen sus edificios más principales y la majestuosidad y la elegancia de la arquitectura antigua.

Sábado 03/04/2010 Hotel Londra
Florencia

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