Obra firmada

La firma es el sello de autenticidad de un cuadro. Garantiza que la obra fue pintada por el autor de la misma, o al menos que él la reconoce como suya.
Cierta o no, me viene aquí a la cabeza la anécdota de Dalí al que presentaron una litografía de una de sus series más falsificadas para preguntarle si era auténtica. El genio figuerense estampó sobre ella su firma y dijo:»Ahora, sí».

Firmas

En mi nivel, incomparablemente más modesto, tengo que reconocer que estampar mi firma en mis dibujos es al mismo tiempo un ejercicio de humildad y un gesto con un punto de vanidad.
El aspecto humilde de la cuestión estriba en reconocer a tantas obras imperfectas como mías. Alguna vez he pensado que solo debería otorgar el estatus de obra mía «auténtica» a las que cumplan un mínimo de calidad, escondiendo las otras como estudios y bocetos, como si no me hubiera empleado a fondo en ellos y esa fuera la razón de su hechura imperfecta.
Pero eso sería contrario a mis principios y a mi costumbre que es la de asumir de forma responsable mis actos tanto si acierto como si yerro, sin esconder el hecho de que no soy perfecto, sino humano; pero en cualquier caso, honrado y responsable. O que al menos, lo intento.
Pero no me cabe la menor duda de que hay un punto de vanidad en pregonar de una forma que me parece incluso un tanto infantil, la autoría de tantos garabatos como si gritase: «mira, esto lo he hecho yo», igual que el niño que busca la aprobación y el halago.
Así suele ser la vida. Nos movemos entre la firmeza de carácter y la inseguridad, la modestia y la vanidad, el acierto y los errores. Asumirlo no nos hace perfectos, pero nos da una idea de cual es nuestro camino en la vida y nos permite elegir mejor como trazarlo.

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