El síndrome de Stendhal

Se conoce como Sí­ndrome de Sthendal al mal que afectó al célebre escritor romántico y que tuvo su origen, precisamente, en la capital de la Toscana. Aquella «sobredosis de belleza» se describe algunas veces como un aturdimiento que sobrevino al descender por las colinas Toscanas y ver Florencia esplendorosa bañada en la luz del atardecer, pero también se describe como un mareo y aturdimiento con palpitaciones, vértigo, angustia y una sensación de ahogo al final de un dí­a de exhaustivas visitas a museos iglesias y palacios. Mi personal versión del mal Toscano es un dolor de pies. Comprendo que es mucho más prosaico, pero hay que tener en cuenta que yo no soy Sthendal y procuro no ser muy romántico en la medida que ello pueda afectar a la percepción exacta de la realidad.

Florencia

El dí­a de visitas fue intenso. Empezó algo después de las siete de la madrugada con un copioso desayuno y una moderada carrera hacia la Galeria de los Uffizi donde debí­amos entrar a las 07:45 AM. Una vez allí­ tuvimos una muestra más de la increí­ble capacidad de organización de los italianos que ya nos asombró hace dos años en Milán. Resulta que en un museo que debe ser de los más famosos del mundo, las puertas están poco menos que ocultas por los andamiajes en la más absoluta ausencia de carteles indicadores hay que hacer una peregrinación de una punta a otra de la calle en busca de la adecuada. La organización de la visita está dirigida para que a pesar de las obras pases, sin perderte una, por tiendas de recuerdos del museo.
Saludar el nacimiento de Venus era una asignatura pendiente que nos quedó en nuestro primer viaje a Italia en 1991, y que vimos comprometido cuando en 1993, un coche-bomba explotó en Via dei Georgofili produciendo daños en el Museo que pensamos podrí­a afectar a alguna de las obras que no habí­amos visto, de la misma forma que el mismo año de 1991 nos enteramos con horror de la noticia de la destrucción por un tal Pietro Canata de un trozo del pie del David de Miguel Ángel que habí­amos visto en la Academia.
Esta profusión de locos destructores de arte ha hecho que el acceso a los museos sea especialmente incómodo, con arcos detectores de metales y escáneres de equipajes, además de las consabidas prohibiciones de fotos con mero afán mercantilista (no puedes hacer fotos para que ellos te vendan las suyas).
Tras los Uffici fuimos a la Academia, a saludar a David, pero de camino paramos en el Museo dell’Opera del Duomo dedicado a la escultura, un buen sitio para refugiarnos de la lluvia. Es un museo dedicado a la escultura y su principal obra escultórica es la Piedad florentina de Miguel Ángel.
Bajo la lluvia seguimos nuestro camino hacia la Academia. Allí­ las vestales guardianas de la imagen de la estatua se dedicaban a pegar berridos por toda la galerí­a «No foto, No foto!«, aunque la mayor parte del tiempo estaban de cháchara en un rincón mientras todo el que querí­a hacia sus fotos más o menos disimuladamente. Hasta en la sala de modelos de escayola estaban prohibidas las fotos.
A la salida lloví­a y nos refugiamos para comer en una cantina de excelente aspecto que habí­a descubierto Mariona donde en unos cinco minutos pudimos sentarnos y donde comimos aceptablemente.
De allí­ nos fuimos al Hotel a intentar dormir una siesta y salir después en taxi hasta la Galería Palatina, situada en el Palacio Pitti, al otro lado del rí­o, donde tení­amos concertada la visita por tarde.
El tema de las visitas y su concentración en un dí­a trajo polémica, pues si bien es cierto que resultó un palizón, la verdad es que también nos permitió aprovechar todo el viaje y habrí­a sido mucho más efectivo aún si el tiempo nos hubiera acompañado. Miguel Angel, que se habí­a currado todo el trabajo de exploración, documentación, valoración y reservas por internet rechazó enérgicamente nuestras protestas porque además habí­a pedido otros horarios, pero la entrada en juego de las «alternativas» y las «horas más próximas a las solicitadas» dió como resultado esa concentración de visitas.
La tarde siguió en la La piazza di Santa Croce que es una de las más populares de Florencia. Rectangular, está presidida por la fachada de la iglesia de la Santa Croce, donde está enterrado Dante y está rodeada por palacios. Cuando llegamos los últimos rayos de sol de la tarde iluminaban la iglesia. Salimos de allí­ hacia la Piazza di San Firenze donde nos impresionó el Palacio del Bargello con su esbelta torre e impresionantes dimensiones.
Quizás lo que más me ha hecho pensar en este viaje a Italia es el gótico civil. Este tipo de edificios son muy raros en España. y su concentración y dimensiones en Florencia dan una idea del poder y la riqueza que se acumulaban en esas tierras cuando aquí­ andábamos a tortazos entre moros y cristianos.
Tras pasar de nuevo por delante de la casa de Dante conseguimos encontrar un sitio donde tomar una cerveza, que llevábamos necesitando desde la salida del Palacio Pitti. Yo tuve la feliz ocurrencia de pedir una cerveza roja (rossa) y me pusieron una Forst hecha cerca de los Alpes dolomitas y que ha pasado a ser una de mis favoritas, por su agradable sabor tostado a pesar de su agresivo color oscuro. En la cervecerí­a tuvimos uno de esos momentos que crean anécdota cuando al fijarme en los adornos de la pared vi que entre etiquetas de licores y otras estampas habí­a un pequeño cartel o programa de mano de toros, …¡de la plaza de Girona! que hace ya cuatro años fue demolida para construir pisos. Camino del hotel cenamos, muy bien por cierto, y acabamos el dí­a rendidos, ahí­tos de belleza y cultura, dispuestos a confirmar que el sí­ndrome de Sthendal es un dolor de pies.

05/04/2010
Figueres

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