Cuando el año pasado estuvimos en Bruselas, a Mercedes se le despegó la tapeta del tacón en uno de los zapatos. Después de intentar –sin éxito- pegarla con un pegamento escolar que pudimos comprar, decidimos seguir el paseo en autobús. En medio del recorrido vimos una tienda de reparación rápida de calzado. Aprovechando que el autobús estaba parado en un semáforo pedimos que nos abrieran las puertas y nos bajamos. Entramos en la tienda y éramos los únicos clientes. Mercedes se quitó el zapato, lo puso sobre el mostrador y le explicamos al operario nuestro problema. Aunque nuestro francés no fuera muy bueno, la evidencia del zapato destapetado se explicaba sola.
El operario que se había movido poco o nada de su postura nos dijo con una casi convincente pena fingida, aquella célebre frase del idioma francés: “Oh!, je suis desolé…”. No hace falta saber mucho francés, cualquiera que haya visitado un país francófono sabe que oír esta frase es sinónimo de estar jorobado. Normalmente el que la dice ni está desolado ni nada que se le parezca, es una frase hecha, como cuando pisamos a alguien y decimos “Huy! Cuanto lo siento” pero en realidad queremos decir: “¡Estúpido!, ¿que haces debajo de mi pié?”.
El “trabajador” de la zapatería nos explicó que le resultaba del todo imposible reparar el tacón porque ya era hora de cerrar. A nuestras preguntas y asombradas miradas al horario nos dijo que ya “solo” quedaba media hora para cerrar que ya había desconectado las máquinas y les había puesto las fundas y que menuda bronca le echaría su jefe si se enteraba que no respetaba el horario. No hubo argumento que moviera un ápice su fidelidad a tan estrictas normas y nos fuimos de allí entre asombrados, divertidos y escandalizados. ¿Es esa la Europa de la eficacia y la competitividad?.
Hoy he estado en Zaragoza. Ayer viajé desde Figueres a Lleida para ver a mis padres dormir en su casa y salir por la mañana temprano hacia Zaragoza. Al salir de Figueres el coche me advirtió que la presión en los neumáticos era baja, así que paré en el área de servicio y inflé las ruedas a la presión aconsejada.
Cerca de Barcelona y ya de noche, se iluminó la palabra “STOP” en luz roja en el tablero al tiempo que la pequeña pantalla del salpicadero me advertía de un pinchazo. Paré el coche en el arcén, me puse el chaleco y encendí el “Warning” y me bajé a ver que pasaba. Las cuatro ruedas parecían bien hinchadas pero la experiencia me dice que el sistema no suele equivocarse, así que como ya había pasado el peaje y estaba en el tramo que rodea Barcelona, tomé una salida que tenia muy próxima con la intención de tomar una decisión alejado del peligro de ser arrollado.
En el GPS no tenía indicación del taller más próximo, pero con su ayuda determiné que el pueblo más cercano era Barberá del Vallés y allí que me fui en busca de un taller con la esperanza de que la rueda aguantase el paseo de dos kilómetros. A la entrada del pueblo, ¡Alegría! ¡Un concesionario de Citroën!. Paré delante, me bajé y entré a preguntar:
-“¿Tienen taller?, es que voy de viaje y he pinchado”
-“Si, más arriba, pero están al cerrar y no sé si le atenderán”
-“¿A que hora cierran?”
-“A las ocho”.
Eran las ocho menos diez. Siguiendo las nefastas indicaciones de aquellos desinteresados y diría que poco atentos vendedores, en vez de encontrar el taller acabé de nuevo en una desconocida autopista sin que la ayuda del GPS me sirviera de ningún consuelo. Sin saber exactamente qué decisiones me llevaron a ello, acabé entrando en San Quirze del Vallés. Estaba ya un poco desesperado pensando en mi situación, cuando acerté a pasar por una gasolinera. Pensé en poner aire en la rueda para ver si aguantaba otro paseo breve en busca de un taller. No consguí que se inmutase demasiado y su aspecto empezaba a ser preocupante pero la encantadora dependienta de la gasolinera me indicó como llegar a Norauto.
Cuando vi aquella tienda enorme llena de repuestos y neumáticos y el espacioso taller pensé que después de todo, iba a tener suerte. Entré en la tienda y expliqué mi caso. “No sé si podremos atenderle, el taller cierra a las nueve y el horario….¿le corre prisa?”, Argumenté que iba de viaje y que me causaba un grave trastorno no llegar a dormir a Lleida, que me harían un enorme favor si pudieran atenderme. “A ver si puede ser a última hora”. Eran las 20:10, quedaban 50 minútos para la hora de cierre y unos cinco operarios atendían dos coches y uno en espera. Cambié las dos cubiertas delanteras y me dejé 286 euros en caja, la instalación de las cubiertas y equilibrado de las ruedas estaba finalizado unos minutos antes de la hora de cierre y mientras el operario que me atendía remataba la operación, los otros recogían el taller.
Cualquiera puede hacer la comparación y sacar las conclusiones que quiera o pensar que son ejemplos aislados y poco significativos. Yo, mientras el eficaz operario realizaba su trabajo, hacía fotos y pensaba que a pesar de que poco a poco nos vamos poniendo a nivel europeo, al menos aquí aun tenemos algo más de capacidad de comunicación y una cierta flexibilidad. Quizás deberíamos meditar sobre un supuesto progreso en vez de correr tras él con los ojos vendados.