Siempre he dicho que lo más importante que aprendí en el paracaidismo es a reconocer el miedo. Cuando se ha experimentado auténtico miedo, desaparece la mayor parte del mismo, pues normalmente tenemos miedo a tener miedo, tenemos miedo a lo desconocido y tenemos miedo a no saber reaccionar ante el miedo. Cuando después de haberlo experimentado se da otra ocasión en la que el cuerpo intenta que nos defendamos experimentando miedo, podemos saludarle como a un viejo conocido y charlar con él de los recuerdos comunes. Así los nuevos miedos se reducen a aquello que decimos tanto: “en peores garitas hemos hecho guardia”. Y como eran peores y llegó el relevo, sabemos que este mal trago pasará y no será tan terrible como parece, que llegado el caso sabremos hacer lo adecuado y esta seguridad nos tranquiliza y reconforta.
Hoy estoy solo en mi estudio, el día es especialmente tranquilo y ni el ruido del tráfico ni la música ni los vecinos parecen existir. Tampoco está Mercedes, que se fue a Murcia a pasar estos días de fiesta. Y resulta extraño porque cuando está aquí pasamos muchos ratos en los que ella se dedica a ver series en la televisión, a leer la prensa o a las dos cosas a la vez y yo estoy aquí en mi estudio como ahora, solo que…no es como ahora. Ahora me siento solo, aunque las otras veces ella tampoco está aquí conmigo, ahora me siento ‘más’ solo. La casa, con las cosas por en medio que ella habría recogido, es sin duda diferente y hay algo en cada rincón que me repite que ella no está. Resulta una soledad deprimente y sin poderlo remediar me inunda la tristeza.
Me doy cuenta que muchas tardes cuando los papeles empiezan a aturdirme, salgo de la habitación y me voy a la salita. Simplemente la miro allí sentada en el sofá y si no tiene desplegada alguna costura o diario ‘defensivo’ cual alambrada, si está simplemente sentada en el sofá me acerco y me abrazo a ella. La mayoría de las ocasiones antes de moverme ya me ha mirado haciendo un gesto que quiere decir “¿que haces aquí?, ¿que quieres?”. No quiero nada, solo quiero abrazarme a ti y espantar mi soledad, saber que estás ahí y que puedo recurrir a ti, que me quieres lo suficiente como para dejarme que te abrace, que te cuide, que te dé un poco de cariño. Si tiene el día cariñoso y me hace una carantoña o me acaricia, la sensación de felicidad es completa.
Mercedes no es muy efusiva. Suele representar el papel de madre o de hermana mayor continuamente y algunas veces es molesta como un zapato con una piedra dentro. Pero eso no es una cosa grave: hay que quitarse el zapato y tirar la piedra, la solución no es ni en andar descalzo ni en permitir que la piedra nos haga una llaga.
Aunque el efecto es ese, la comparación no es afortunada, porque las piedras en el zapato no son necesarias y muchas de lo que nosotros llamamos las ‘manías’ de Mercedes si no son necesarias, al menos nos hacen la vida más fácil. Son las obligaciones que no queremos asumir, las pequeñas cargas de cada día que a ella la desesperan y a nosotros nos desespera hacer. Bueno, el caso es que se hace la dura para llevarnos ‘a raya’. De dura no tiene nada, pero frecuentemente, a fuerza de representar ese papel, se llena de contracturas que le producen dolor y la consumen. Porque Mercedes no libera tensiones. Le cuesta encontrar un momento para relajarse y abandonarse a un pequeño placer para descargar la tensión. A mí me duele eso, porque mis momentos de paz se los debo casi todos a ella. Abrazado como el náufrago a un madero, aunque me llame pesado o se queje de alguna menudencia, yo me siento vivo, olvido mis problemas y las preocupaciones dejan de agobiarme.
Cuando tengo que resolver un problema complicado se lo cuento, cuando me preocupa algo se lo cuento y cuando me preocupa mucho se lo cuento una y otra vez, desentrañando todos los matices hasta que el nudo se ha convertido en un ovillo y puedo guardarlo y pasar al siguiente instante de la vida. A Mercedes siempre le ha pasado que, como habla poco, escucha muy bien. Los que hablamos mucho hay veces que nos olvidamos d escuchar porque mientras el otro habla, estamos ocupados preparando nuestro próximo argumento.
Me alegro de que esté en Murcia porque allí sé que los cuidados de su madre y la compañía de su hermana la benefician enormemente y allí encuentra formas de desahogarse que no tiene aquí y esas dificultades que encuentra a diario para descargarse de tensiones desaparecen en gran medida y al propio tiempo encuentra que puede devolver a su familia otro tanto, compartiendo, sobre todo con su madre y su hermana lo que en la distancia y por teléfono no puede transmitir.
Sin embargo no dejo de sentirme como si mientras ella respira, yo tuviera que contener la respiración. No es un punto de vista egoísta porque no quiero lo contrario ni desearía privarla de estos días, pero no puedo evitar experimentar su ausencia como un vacío importante en mi vida, aunque a veces parezca que son solo unas frases cortas y rápidas por la mañana, un comer y que bueno está con café al medio día, dos o tres gruñidos por la tarde, un arrumaco casi a hurtadillas, un rato sentados frente a la televisión y unos tirones de las sábanas acompañados de algún ronquido, la verdad es que prescindir de todo eso lo pone en valor porque no es solo su presencia, es también …saber que está ahí. Así que no es que contenga la respiración, es que me falta el aire cuando ella no está.
Y todo eso debe ser, simplemente, que la hecho de menos. No se me escapa que en parte esa es otra de las finalidades del viaje. Al dejarnos que la echemos de menos Mercedes nos pregunta si la necesitamos, en realidad nos hace una demostración práctica. Pero este vacío y esta añoranza es, como el miedo, un viejo amigo que en realidad no nos muestra la cara amarga de la vida sino que simplemente resalta su parte mas dulce.