Cuando tenía quince años ya tenía muy claro que quería ser militar. Para mejorar mi rendimiento escolar, por las tardes, después de las clases iba a repaso de matemáticas a casa del entonces capitán Valero. Allí compartía las lecciones sobre la mesa del comedor con sus hijos Juanjo y Javier, amigos míos desde la infancia.
Como cualquier estudiante, siempre que podíamos desviábamos el tema de la conversación hacia otros temas más amenos que las matemáticas. Uno de nuestros temas preferidos eran las anécdotas de la Academia General Militar, siempre interesantes y divertidas que nos hacían soñar en que un día nosotros seríamos sus protagonistas.
Como resumen de aquellos ratos de charla relajada y con la misma intención didáctica con que abordaba los problemas de álgebra nos resumía una moraleja en dos conclusiones: la primera que para entrar en la Academia había que estudiar “muchísimo” y que en la academia se pasaban muchos, muchísimos ratos muy malos y unos pocos, muy pocos, muy divertidos, pero que los divertidos eran tan divertidos que pasado el tiempo solo se recordaban estos y se olvidaban los malos ratos.
Tengo que darle la razón en cuanto a los estudios, pero creo que la segunda afirmación es parcialmente incierta. Los ratos en la Academia fueron efectivamente buenos y malos. No me atrevería a dar una proporción ni a valorar lo muy malos que fueron los malos ni lo muy divertidos que fueron los buenos, pero lo cierto es que hoy, veinticinco años después de obtener mi despacho de teniente ni unos ni otros se me han olvidado. Lo he podido comprobar al pasar lista a los recuerdos con motivo de la próxima celebración de las Bodas de Plata de mi promoción.
Lo que si es cierto es que ni los buenos me hacen pensar que aquel fuera como pasado “un tiempo mejor” ni el recuerdo de los malos conlleva un lastre de rencor o amargura. Las personas que por su debilidad o defectos constituyeron ejemplos negativos en nuestra formación, que se comportaron de forma inmoral o injusta, prepotente o estúpida contribuyeron, al mostrarnos sus debilidades, a señalar un camino que no debíamos elegir.
Hoy no siento hacia ellos rencor sino mas bien indiferencia, como otros elementos de la naturaleza, no son buenos ni malos, simplemente cumplieron un papel que me hizo evolucionar hacia la persona que soy hoy. Pero lo que soy lo hice yo, y no creo que sea gracias a los obstáculos del camino sino a mi empeño en superarlos. Como todo obstáculo, una vez superado pierde su interés porque debe uno concentrar la atención en el siguiente.