Este invierno ha sido hasta ahora uno de esos inviernos cálidos en los que parece que sobran las prendas de abrigo, los que viven del turismo en la nieve claman al cielo, los comerciantes de ropa temen como los agricultores la sequía y en los que cada vez más y seguramente con razón se habla del cambio climático.
Estamos a principios de febrero y es muy probable que aun queden días de frio. Hay años en los que el frío que no ha llegado en los meses de enero o diciembre se desata en marzo y abril. Y entonces las flores que decidieron madrugar excesivamente se caen sin llegar a dar fruto.
Eso le pasa hoy también a algunos jóvenes, que se les llena la boca de decir ‘libertad, libertad’ pero sin conocer los fríos disgustos de la vida y sin querer esperar al cálido sol de la primavera que hace madurar. Para disfrutar de la vida no basta con la impetuosa y espectacular llamarada de la floración, hay que tener la fuerza, la constancia y sobre todo el valor para aguantar los fríos que han de venir, el viento que sacude hasta las raíces y finalmente la generosidad de desprenderse de los pétalos para dejar nacer al fruto.