En general esa es la visión que en el mundo tienen de los españoles. Que somos ricos. Lo deducen de la forma alegre con la que gastamos nuestro dinero.
Efectivamente el turismo de alpargata y camping no es para nosotros: Lo que en realidad nos gusta es ir de hotel y que nos lo den todo hecho. Y a la hora de comprar recuerdos, me dicen que en Nueva York se nos conoce como los ‘Amidos’ por la costumbre de, al oir el precio cuando alguien compra un artículo, decir:»¡Huy, que barato!, a mi dos…»
La ostentación y el culto a las apariencias, el sentido generoso de la amistad, la preclara comprensión desde la más tierna infancia de como se monta un ‘sarao‘ y la improvisación adorada como virtud que oculta la incapacidad para la planificación y la administración son constantes en nuestros planteamientos de gestión domésticos.
Creo que fue este pasado invierno cuando unas intensas nevadas dejaron momentaneamente desabastecidos los mercados de legumbres y verduras. Seguramente a falta de noticias más interesantes, los reporteros de la televisión recorrian los mercados preguntándole a las amas de casa su opinión al respecto. Todas sin distinción se quejaban de los precios abusivos que, amparandose en la situación, habían establecido los comerciantes. A una de ellas, una señora de mediana edad, le preguntaba la periodista: «¿Y que va a hacer usted?», a lo que la interpelada respondía: «Ay, hija, pues ¿que vamos a hacer?, habrá que comer, ¿no?».
No voy a glosar el beneficio del ayuno, seguramente completamente soportable, pero excuso decir que hay muchas alternativas a una judias verdes frescas a precios astronómicos para la comida de uno o dos dias. Y si esa actitud fuera generalizada, ¿se comerían los comerciantes todas sus verduras?. Seguramente que no. La Ley de la Oferta y la Demanda, aunque no ha sido aprobada por ningún parlamento se cumple con estricto rigor. Yo la estudié en mis años de bachiller en una asignatura que se denominaba Principios de Economía y desde entonces me ha asombrado como nos empeñamos en ignorarla en detrimento de nuestro bolsillo.
Cuando un ministro de un gobierno anterior, preguntado por los precios de las viviendas, contestó que no debian estar muy caras pues se seguian vendiendo, se formó un revuelo fenomenal, a pesar de que se trataba de una observación de el más estricto sentido común. Claro que el sentido común no suele ser una cualidad muy apreciada en un ministro. De todas formas hay que entender que la naturaleza de los vendedores les obliga a ganar dinero. Cuando no hay escasez, lo normal y lo lógico es que un vendedor venda al mayor precio posible. Es el comprador el que con su demanda debe regular el precio. Esta cuestión de perogrullo es al parecer completamente desconocida en España.
Y así nos luce el pelo. La entrada en vigor del Euro ha supuesto un aumento de precios del 66% por ciento, porque perezosos en aritmética y ligeros en rascarnos la faltriquera no solo no hemos opuesto resistencia al mercado sino que -además- el consumo interno no ha dejado de aumentar, y ese consumo interno no siempre es de productos de la industria nacional, asi que si los euros cruzan la frontera es de cajón suponer que cada vez somos mas pobres.
Entonces, ¿Por qué seguimos comprotándonos como si fueramos ricos?. La unica solucion es suponer que como muchos niños ricos, además de ricos somos estúpidos. ¿Tendrá que venir el hambre a hacernos listos nuevamente?.