Humo de colores

Yo creo que últimamente hay mucho vendedor de humo. Recuerdo una anécdota-chiste que contaban de un candidato ‘cunero’ de aquellos de principios del siglo pasado, en campaña en su distrito electoral. Aquellos políticos que Vivian en Madrid y no conocían ni por asomo el distrito por el cual se presentaban lo recorrían en campaña haciendo promesas. En un pueblo el candidato prometía entre otras cosas: «Y en este pueblo, construiremos un puente…». Alarmado uno de sus acompañantes le tiró de la manga y le susurró al oído: «En este pueblo no hay río!» y el candidato volviéndose hacia el público en tono eufórico, continuó: «…¡Y un río!».

De la misma forma los políticos actuales saben que la gente identifica la aviación como un importante motor de progreso. Para los que amamos la aviación eso es bueno, pero lo que no es bueno es que se use continuamente de moneda de cambio o se prometan logros que son inviables, porque cuando el castillo de naipes se vaya a suelo, el pueblo puede pensar que lo malo era la aviación, no el planteamiento fraudulento e irreal.

Hace muy pocos años nos quejábamos de la ausencia de festivales aeronáuticos, de exhibiciones aéreas, hasta de jornadas de puertas abiertas. En el calendario de este año entre otras muchas citas, tres festivales compiten en el estrecho margen de quince días y trescientos cincuenta kilómetros. Quizás la escasez anterior ha propiciado el éxito de los actuales festivales, pero ¿hay público para todos los que se programan?, ¿Se mantendrá fiel ese público año tras año? ¿Obtendrán los patrocinadores de estos eventos los beneficios que esperan? Si no ocurre así, los festivales pueden pasar a ser considerados ‘eventos poco rentables’ y al hilo de la moda las mismas marcas dedicarse a la promoción de conciertos de rock o botellones masivos.

En el caso de la industria aeronáutica, toda región o pueblo quiere alojar las escalas intergalácticas del tráfico aéreo y a la punta de lanza tecnológica de la industria aeroespacial: Aeropuertos comerciales a la salida del aparcamiento de aeropuertos públicos, tirones de la bolsa y navajazos por la recaudación de importantes aeropuertos para ver quien se la queda y puede poner los letreros en el idioma que más le gusta, polígonos de industria aeronáutica, escuelas de formación de todos los niveles profesionales y algunas promesas más, las que hagan falta. Pero por favor, vótenme que yo les llevaré al futuro.

No sé cuantas de esas promesas están basadas en estudios serios de viabilidad, en sólidas inversiones, en el empuje de una sociedad emprendedora, en un nivel de enseñantes capaz de otorgar títulos de prestigio, en una cultura industrial de calidad  precisión, en cimientos sólidos en lugar de humo de colores.

Naturalmente, nada me gustaría más que poder disfrutar de un espectáculo aéreo en las fiestas de cada barrio, ver crecer el nivel tecnológico y la industria aeronáutica en cada polígono industrial, disponer de líneas aéreas comerciales con rutas a precios irrisorios hasta para ir al baño y ver salir de las escuelas españolas a los mejores profesionales capaces de diseñar, construir y mantener aeronaves maravillosas aun inimaginables.

Cualquier amante de la aviación suscribiría ese sueño, pero nadie quiere que se comercie con sus sueños, que sus ilusiones se prostituyan en beneficio de fines bastardos.

Al correr ilusionados hacia la luz de las promesas corremos el peligro de como las polillas quemarnos al tocar nuestra meta y como Icaro, caer de nuestro sueño. Tomemos ejemplo de Dédalo y batamos alas lejos del sol, en el aire de la realidad.

La caida de Icaro
Esta entrada fue publicada en Aerotrastorno. Guarda el enlace permanente.