La ventaja de empezar los fines de semana el viernes por la noche es que da la impresión de que tienes un día más. Por eso mismo, decidimos salir el jueves de Figueres. Llegar a Saint Pierre por la noche supone encontrar la casa helada, pero también permite aprovechar el primer día de vacaciones al completo desde primera hora.
A pesar de que las pistas de esquí están cerradas desde hace semanas, la nieve era abundante, ¡incluso más que en nuestra visita en plena temporada!. Había nieve en el aparcamiento y en los tejados de las casas. Sin embargo por la mañana el sol lucía radiante y el paisaje se mostraba magnífico.
Después de un desayuno completo, con huevos fritos y tocino incluidos salimos hacia el túnel de Puymorens. Más allá del túnel, el tiempo seguía siendo magnífico y pasamos por Ax les Thermes sin detenernos, aunque la luz era magnífica para haber hecho algunas fotos, queríamos alcanzar cuanto antes nuestro objetivo: la Ville de Foix.
Foix es una pequeña ciudad de provincias, nacida a partir de una antigua abadía situada en la confluencia de dos ríos que se convirtió en ciudad condal, tuvo cierto protagonismo en las cruzadas contra los Cátaros y en la Guerra de los Cien años y fue decayendo cuando los condes dejaron de tener su residencia principal en el impresionante castillo que preside el paisaje de la ciudad. Actualmente es la capital del departamento de Ariège.
Nosotros llegamos alrededor de la una, cuando los comerciantes del mercado de la fruta estaban recogiendo sus puestos. En ese momento lo más práctico era adherirse al horario francés y comer. Por otra parte el castillo estaba cerrado y no podía visitarse hasta las dos. Nos dimos un paseo por la ciudad buscando un sitio donde comer. Nos dio la impresión de que no íbamos a tener muchos problemas ya que había muchos restaurantes y la mayoría de ellos tenían menús bastante asequibles. Encontramos un sitio del que nos gustó la pinta y la carta. Estuvimos acertados en la elección y comimos estupendamente a un precio bastante adecuado. El sitio es ‘Le Jeu de l’Oie‘ en la calle Lafaurie.
Sin parar a tomar café y para bajar la comida, iniciamos la ascensión al castillo. Afortunadamente estuvimos mas acertados que el agrimensor de Kafka y encontramos pronto la puerta y tras ella un sinfín de escalones y cuestas que nos llevaron a visitar dos de las tres torres y la terraza del edificio principal y luego a dar un paseo por las murallas admirando las vistas de Foix, la barbacana y el contrafuerte de la torre redonda, las más moderna de las tres.
Finalizada la visita al castillo bajamos por las calles animadas por los comercios abiertos en horario de tarde hasta la plaza frente a la Iglesia, donde habíamos dejado el coche, en la plaza de Saint Volusien y allí mismo, en el ‘Café du Comerce’, nos tomamos los cafés. El sitio es muy agradable y el propietario se esforzó en practicar su español en vez de dejarnos a nosotros practicar nuestro francés. Después de pagar con todas las monedas que llevábamos sueltas, como si hubiéramos roto la hucha para tomar los cafés, dimos un último paseo por la ciudad antes de subirnos al coche a discutir como salíamos de ella.
A pesar de las diferencias de opiniones, acabamos encontrando la dirección correcta y tomamos el camino de regreso. Como íbamos muy bien de horario, pudimos hacer algunas paradas en los sitios que a la ida nos habían llamado la atención. El primero fue Tarascon un pueblecito junto al rio Ariège, por lo que en algunos mapas aparece como “Tarascon sur Ariège”, para no confundirlo con «Tarascon en Provence«, patria del célebre ‘Tartarín de Tarascon‘ y en el que estuvimos una vez cuando los niños eran pequeños. De todas formas, en las indicaciones solo ponía Tarascon. Allí queríamos ver un par de torres medievales pero al poco tiempo de bajarnos del coche y de forma imprevisible, como suele ocurrir en los sitios de montaña, se puso a llover. Miguel Ángel se fue a buscar el coche y nos recogió en una plaza, donde nos habíamos refugiado bajo unos soportales.