El viernes día 2 era un día especial. En tiempos más conocido por ser el día de los difuntos hoy es famoso por encontrarse en medio de un fastuoso puente. Como estábamos en Madrid y ya habíamos visto la ampliación del Prado decidimos -entre Mercedes y yo, sin mi participación- ir a Ikea. Alli el día también tenia nombre, le llaman «El día del Acento» por la cantidad de gente «de provincias» que tenemos la misma ocurrencia.
Alli estuvimos paseando entre librerías GREVBÄCK, escritorios TOVIK y escurrecubiertos ORDNING. Mercedes miraba y Alberto y yo ibamos charlando y acortando todo camino que el laberíntico trazado te permite acortar.
Cerca de la desembocadura, antes del mastodóntico bosque de estanterías llenas de árboles embalados hay un espacio para la vida. Se trata del área de plantas y jardinería. Plantas preciosas que parecen de tela. En un rincón, junto a los maceteros HAJDEBY encontramos un colorido surtido de regaderas apilables VÅLLÖ. No tengo ni idea porqué en IKEA suponen que necesito apilar las regaderas, como si fuera tan idiota de comprar quince o veinte por el placer de verlas apiladas en un rincón del jardín.
Sin embargo las regaderas de la estantería más alta le habían parecido a una araña un lugar estupendo para tejer su tela. La tía estaba allá arriba tejiendo a una velocidad de vértigo como si tuviera que acabar antes de que pasase la brigada de limpieza. No sé si acabaría cenando antes del desastre higiénico o en realidad estaba allí haciendo su jornada como eliminadora de insectos ecológica. Le echamos un par de fotos para constancia de generaciones venideras y nos fuimos hacia las cajas.
La cosa no salió del todo mal. Unos treinta eurillos. Si hubiéramos ido a donde yo quería echar mi paseo consumista, una librería, no habríamos salido por menos. En IKEA el día además de nombre también tuvo número: un millón doscientos mil euros de caja.