Una de las peores cosas que tiene ser abuelo es que todo el mundo se ve en la obligación de hacer alguna gracia o decir algo. Como cuando cumples los cuarenta o te salen las primeras canas, la gente parece alegrarse de que te hagas mayor. Hay algo estúpido e infantil como de patio de colegio: «mira, te fastidias, que tú también te haces viejo«.
Aunque pueda resultar extraño para alguien que tiene un blog y de vez en cuando cuenta en el mismo cosas de su vida, yo soy muy celoso de mi intimidad y me molesta que la invadan sin invitación y me molesta que trivialicen el maravilloso espectáculo de ver pasar la vida.
La percepción del paso del tiempo es algo extraño y maravilloso. Normalmente estamos tan ocupados en vivir el presente que no percibimos el paso del tiempo. Algunos sucesos nos hacen comparar momentos que fueron presente y establecer su posición relativa, constatar que ya son pasado. Estos momentos son habitualmente momentos de cambio. Cuando no hay cambios naturales, introducimos los jalones artificiales del calendario para crear cambios artificiales con los aniversarios, las fiestas y otras efemérides que nos permitan ponderar y contar algo tan incontable como el paso del tiempo.
En esos momentos, las dos partes de nuestro yo que viven nuestra vida y de los cuales nos habla Daniel Kahneman, el ‘yo’ que recuerda nuestra historia y el ‘yo’ que vive nuestro presente se funden en un momento extraordinario y efimero para darnos una perspectiva sobre el tiempo y el universo. Creo que estos son los momentos más plenamente vividos y como no son abundantes merece la pena estar atentos para disfrutarlos intensamente cuando ocurren, porque como todos los presentes, desaparecen al momento siguiente.
Y todo esto pensba yo mientras miraba a Victor sobre el pecho de su madre. Pensaba en que hacía solo unos 27 años que esa madre era una niña que se acercaba a la misma cama en la misma clinica a ver a su nuevo hermanito y pensaba en mi padre que me vio a mi como un niño y como un padre y en mis abuelos, el que no conocí y el que si conocí y en como pasa la vida y aumenta la entropía en el universo y que poco entendemos de eso que llamamos tiempo.
Pasando a los detalles más mundanos, el niño se llama Victor. Siguiendo el ejemplo de su madre se ha presentado antes de hora pero fuerte y sano. Lo del nombre es una cábala que han hecho sus padres para que el nombre se pronuncie igual en castellano que en catalán y no tenga diminutivos. Yo no soy cabalista ni devoto del zodíaco ni de otras creencias esotéricas o mágicas, pero en cuanto me dijeron el nombre que pensaban ponerle, lo asocié al anagrama de los símbolos doctorales de la Universidad de Salamanca, pero también al signo de la victoria y secretamente tuve la esperanza, que otros llamarían presentimiento, de que el niño sea devoto de la ciencia y la razón, intente llegar al estadio de hombre sabio y venza con valor las dificultades que la vida le presente.
Y nosotros, que lo veamos mientras seguimos exprimentando placenteramente la vida.
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