Por estas fechas se cumplen los 25 años del Microsoft Word, probablemente uno de los procesadores de texto más usados. Al respecto hay un excelente artículo en PC World (en inglés) y múltiples comentarios de agencia, llenos de vanalidades y lugares comunes.
Yo recuerdo que hace 25 años no usaba procesador de textos, entonces estaba empezando con el ‘Spectrum‘ donde perfeccionaba mis conocimientos de BASIC.
Empecé a usar el procesador de texto en 1987 cuando preparaba el trabajo de sociología para la UNED. También en mi trabajo se introdujo ese año el primer PC y empecé a usar «WordStar» un procesador en modo texto (¡por supuesto, estamos hablando de MS-DOS, DR-DOS y PC-DOS!) en el que normalmente la ventana de ayuda ocupaba media pantalla y cuya característica principal eran los ‘comandos de punto‘, que consistía en que si una linea empezaba por un punto el procesador interpretaba que se trataba de una instrucción. A continuación del punto se escribía la instrucción propiamente dicha, un par de letras y ocasionalmente un parámetro numérico. Estas instrucciones en el propio documento y las combinaciones de teclas hacían de WordStar una poderosa herramienta de proceso de textos.
Cuando el Ejército del Aire estandarizó el uso de programas, se decantó por Word Perfect para el procesador de textos. WP seguía siendo un procesador en modo texto en el que opcionalmente se podía elegir ver los ‘caracteres de control’. Mientras el texto aparecía en blanco sobre fondo azul, los caracteres de control como principio y final de párrafo aparecían en blanco sobre rojo. Eso daba una sensación de seguridad ya que los ‘duendes’ que podían desfigurar tu texto se hacían visibles pulsando «Alt+F3» (Ver códigos de control).
Antes siquiera de conocer Microsoft Word, apareció el Word Perfect en modo gráfico, el célebre WYSIWYG (What You See Is What You Get, lo que ves es lo que obtienes), pero la mayoría de la gente que yo conocía prefería los procesadores en modo texto y casi todo el mundo argumentaba como razón para esta preferencia que eran «más reales» porque los usuarios asociaban los documentos a la máquina de escribir y el modo texto se parecía más a la experiencia mecanográfica de la máquina de escribir.
A mi personalmente me gustaban los procesadores WYSIWYG, pero odiaba los lentos e inestables procesos de los modos gráficos y me resistí cuanto pude a pasar a Windows y a cambiar de herramientas.
Cuando finalmente me vi obligado a usar Microsoft Word se trataba de la versión 2.0 y a mi me parecía un elefante moviéndose en una cacharrería. Con WordStar había aprendido unos principios para la confección de documentos que hice míos:
No más de dos tipos de letra por documento además de la monoespaciada, distinguir los títulos del párrafo y usar con moderación la negrita, la itálica y el subrayado para el realce, las citas y el énfasis. Usar tablas para los datos y bolos para las listas.
Según estos principios MS Word tenía demasiadas prestaciones para casi cualquier texto que yo fuera a escribir. Me sobraba la mayor parte de la aplicación y además devoraba memoria como un auténtico glotón. En aquella época usaba muchas veces el Writer que venía con el sistema operativo como alternativa «ligera» a Word.
En realidad Word no dejó de ser un glotón avaricioso de memoria, lo que pasa es que pasó a ser uno más de una familia de gordos, incluido el mas glotón de todos, el propio sistema operativo. Pero como los ordenadores habían ido pasando de de medir la memoria de bytes a Kilobytes y de estos a Megabytes para llegar a los incontables Gigabytes actuales.
Yo pensaba que Word mejoraría mucho si se convirtiera en una aplicación modular con la que el usuario pudiera montar su propio procesador de textos añadiendo aquellas prestaciones que realmente necesitase. Yo me habría hecho un procesador ‘de batalla’ con negrita e itálica, tres tipos de letras, tablas e inclusión de imágenes y con él habría despachado el 99% de mis escritos.
Sin embargo hay que reconocer que una de las características más destacables de Word era su facilidad de uso y aprendizaje. Dí muchos cursos de Ofimática que incluían el Word y nunca logré entender por qué toda aquella gente venía a aprender en una clase algo que yo había aprendido trasteando con el programa.
Por contra la característica más enervante del Word, -en realidad de Office- es el odioso asistente. Dedicado a repetir sentencias de perogrullo a base de ralentizar los procesos en marcha y con un diseño abominable nunca jamás le encontré la más mínima utilidad y sus apariciones ‘espontáneas’ son una de las muestras típicas de desprecio de Microsoft por sus usuarios. Como ángel exterminador lo elimino de toda instalación a la que tengo acceso.
Hoy tengo bastante perdidos los pasos de Word. Una vez que eché un vistazo a la versión de vista, me perdí y no sabía donde estaban las cosas. Parece que hasta aquella facilidad de uso se ha perdido. Las mentiras, sobornos y conspiraciones de Microsoft para convertir su formato propietario en un «estándar de su propiedad» no hacen sino destacar la importancia que tiene el uso de estándares y por eso mi procesador de textos particular es Open Office Writer, una aplicación libre, de código abierto y que trabaja con estándares auunque también puede leer los archivos de Microsoft Office. Y sobre todo, gratuita. ¿Para qué usar algo caro si se puede hacer lo mismo gratis?.
A los 25 años de edad, quizás por los problemas de obesidad en su juventud y madurez, Microsoft Word es un viejo achacoso y decrépito, acosado por nuevas tendencias como las aplicaciones web, la competencia de otras suites y los programas de código libre que compiten en Windows y en sistemas operativos libres.