Conducir bajo la lluvia es agotador. El cristal parece una imagen tratada con algún programa de retoque fotográfico y los otros coches se mueven alrededor nuestro, amenazadores entre una nube de agua y barro.
Mientras pongo todos los sentidos en la conducción, pienso en cuantos adelantos de seguridad de los utilizados en aviación serían útiles en la carretera. Detectores de proximidad, indicadores de senda de planeo, piloto automático, alertadores de colisión (TCAS)…¡incluso asientos eyectables!.
Algunos ya han sido adaptados, como la unidad de control automático de combustible que regula el suministro de carburante en muchos coches de inyección y que fue desarrollada inicialmente para los aviones, o el sistema de navegación GPS.
Pero quizás lo más difícil de controlar seguiría siendo el factor humano. Ese pedazo de carne (que no de ‘carné’ o de ‘carnet’) que salta a la rotonda como un Miura al ruedo, ese descerebrado que se pone a tu altura y gesticula y aparentemente vocifera, con gran peligro para los tímpanos de su acompañante, pero sin conseguir que le oigas a través de dos cristales y un metro de aire, total por que no le ha gustado que cambiases de carril en el momento en que el intentaba deshacerse de seis puntos de carnet huyendo de ellos al triple de la velocidad permitida. O el que te embiste cuando estás parado en un semáforo rojo y cuando se baja del coche dice «¿Pero como se le ocurre pararse a usted ahí?»…En fin, a esa fauna no la arregla ni una lobotomía de puntos ni una extirpación de carnet ni la irradiación de un radar cada cien metros de carretera: como las bacterias que comen petroleo, son prácticamente indestructibles.
A un compañero del trabajo le han sacudido ciento cincuenta euros y tres puntos de carnet por no llevar el cinturón en ciudad. Le abordó un guardia urbano después de dar paso a un coche con dos inmigrantes muy del sur. Que es lo que él decía: «a mi me importa un bledo que fueran negros, pero es que tampoco llevaban el cinturón de seguridad«. Y digo yo que si lo del cinturón de seguridad es tan importante (…a mi me lo parece, lo llevo siempre puesto, no me molesta y se lo recomiendo a todo el mundo), pero como decía, si tan importante es como es que dejan fabricar coches que se pongan en marcha sin llevarlo abrochado. Una imprudencia.
Y si el exceso de velocidad produce tantas muertes y tanto gasto al erario público, ¿como dejan fabricar coches que corran por encima de los límites de velocidad?. Porque para comprar una pistola hay que tener una licencia y lo sencillo es controlar a los fabricantes y a las armerías y no ir registrando a los paisanos por la calle para ver si llevan una pistola debajo de la camiseta. Sin embargo en la carretera pagamos con nuestros impuestos cientos de radares y miles de jornales de probos policías por hacer un trabajo que podrian hacer un puñado de inspectores de industria.
Pues así nos luce el pelo. Pero «Stultorum numerus infinitus est«, que dice el Eclesiastés, es decir, que el número de los tontos es infinito, lo cual no quiere decir que sean muchos, sino que no se acaban nunca. Claro que eso pasa con otras malas hierbas: los chupasangres y los sinverguenzas, por ejemplo. Como el agua, que siempre llueve para abajo.