Toda comunidad que tenga un número suficiente de individuos como para considerarse como tal, tiene al menos un Pitufo Gruñón.
Este podría ser un principio de la antropología básica de los Pitufos o Pitufología, pero si nos detenemos un momento a meditar, veremos cuan aplicable es a nuestra propia especie.
Determinados individuos tienen una naturaleza polémica. Aún a riesgo de parecer pedante, recordaré que el origen de la palabra es griego y en ese idioma «polemos» significa guerra.
Asi pues, cuales señores de la guerra en los asuntos cotidianos, los pitufos gruñones solo viven para identificar y resaltar contradicciones, convirtíendolos en batallas sangrientas, con elaborados movimientos estratégicos, alianzas y conspiraciones.
No hay reunión de una comunidad de vecinos, tertulia en un café, excursión o viaje preparado, club o asociación que no tenga su pitufo gruñón propio. No es difícil identificarlo porque si no ostenta la dirección del grupo, es el cabeza visible de la oposición, critica las decisiones de los demás, resalta los inconvenientes y flagela la actitud o las obras de cualquiera que ose tomar una iniciativa.
El pitufo gruñón es especialmente hábil en la búsqueda de inconvenientes a cualquier propuesta ajena. Si una de estas propuestas lleva camino de ser admitida por la mayoría, intenta poner inconvenientes, impedimentos o condiciones, simulando que su superación es clave para obtener su apoyo, aunque en realidad no está dispuesto a secundar ninguna propuesta, y más bien pretende oponerse a todas.
Es frecuente que el propio pitufo gruñón sea el director, responsable o autoridad de la comunidad, porque es quien más ha luchado, insistido, confabulado y peleado por ocupar ese cargo. Desde el mismo sus acciones de hostigamiento son sumamente efectivas, promulga normas draconianas y acosa a cualquiera, ora porque no las cumplen ora por la inexactitud en su cumplimiento. Si alguna norma parece agradar a todos y su cumplimiento resulta fácil, debe ser inmediatamente cambiada.
El pitufo gruñón es una autoridad despótica, quisquilloso en los detalles, exigente con las obligaciones de los demás, soberbio y altivo en su relación con el resto de la comunidad y la mayor parte de las veces incompetente, ineficaz y dilapidador de los recursos comunes porque el objetivo de sus esfuerzos no es el bien común, sino la siembra de la cizaña, el hostigamiento de sus congéneres y la confrontación por el placer de discrepar e imponer su parecer sin otro criterio que oponerse al ajeno. Por eso es tan difícil de contentar, porque si ve que está cerca la rendición del prójimo, cambia de postura. Todo con tal de seguir disfrutando de una buena pelea.
El único antidoto que tiene una comunidad para defenderse de su pitufo gruñón es el ostracismo activo que a diferencia del de la Grecia clásica, consiste en permitir la expresión de las flamaradas incendiarias del pitufo gruñón, pero ignorarlas. Tal y como dice el viejo lema de internet: «no dar de comer al Troll», nunca alimentar sus polémicas con respuestas, reflejarlas cuidadosamente en las actas cuando así lo dispongan los estatutos o normas y sufrir con paciencia el hecho de que el pitufo gruñón siempre será el voto discordante, la perorata del turno de ruegos y preguntas, el incordio permanente y el grano en el culo de la comunidad, pero sobre todo es importante que sea la voz que clama en el desierto y nunca se cometa el grave error de concederle la más mínima autoridad.
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