Un artículo con semejante título se puede definir, sin necesidad de resumir demasiado, en un par de palabras:»No existe». Pero no me parece serio escribir un artículo con el mismo número de palabras que el título.
Mi padre nos repetía, a mi y a mis hermanos, con mucha frecuencia que «aquello que no cuesta esfuerzo, no vale nada». Esta afirmación tenía como corolario que «cuanto más esfuerzo cuesta conseguir algo, más valor tiene».
Con estas premisas le resultaba fácil descartar proyectos en los cuales nosotros queríamos obtener algo basándonos en que «no nos iba a costar nada». Recuerdo que me parecía terriblemente injusto que mi padre no quisiera reconocer aquellos «chollos» que yo descubría, y estaba tan en desacuerdo con él como años después mis hijos estaban en desacuerdo conmigo, cuando yo les repetía lo que había aprendido de mi padre, convencido ya, por la experiencia y la madurez, del acierto de sus palabras.
Yo intentaba explicárselo a mis hijos en términos económicos, aunque la afirmación no usa el concepto de «valor» en un sentido monetario, el carácter cuantificable del dinero lo hace aún más evidente. Según la ley de la oferta y la demanda, la demanda eleva los precios y el exceso de oferta los baja.
Supongamos pues un elemento muy abundante. Su precio será escaso. El término «abundante» también puede ser equiparado a «fácilmente obtenible». Si cualquiera puede obtener algo con solo chascar los dedos, ¿Por qué iba a pagar por ello a otro?. Le bastaría chascar los dedos. Puede que ese «chascar los dedos» sea algo difícil de hacer. Quizás hay gente para la que hacer ese ruido al liberar la presión entre dos dedos que se aprietan el uno contra el otro suponga un obstáculo difícil de superar. Esa gente no podría conseguir aquello que se obtiene al chascar los dedos y solo podría obtenerlo pagando a alguien por chascar los dedos por él. Si el grupo de los que saben chascar los dedos fuera muy numeroso, la elevada oferta bajaría los precios. Pero si para los que no saben chascar los dedos aprender a hacerlo fuera muy fácil, también eso bajaría los precios ya que si fueran altos, muchos preferirían aprender a chascar los ledos que pagar a otros por ello. Es fácil de ver que existe una relacion entre el valor económico de ese producto que se obtiene «chascando los dedos» y la dificultad de ejecutar ese ruido.
Si alguien puede obtener algo sin esfuerzo, ¿que mérito tiene obtenerlo?. Ninguno. Mirar al cielo y decir «es de día» no es una noticia por la que ningún diario pague un sueldo a sus reporteros, porque es algo por lo que los lectores ávidos de noticias no abrirían el periódico y mucho menos pagarían por él. Por si mismos pueden obtener esa información, que no vale nada porque a nadie le cuesta esfuerzo obtenerla.
Es el esfuerzo y el trabajo, la dificultad que tenemos que vencer lo que da valor a nuestros logros. A veces ese valor no se corresponde con el valor económico, ni de forma directa ni de ninguna forma, porque hay cosas que no tienen un sentido económico como la salud. Aunque pagaríamos mucho dinero por conservar la salud o nuestra vida o la de un ser querido, hay veces que todo el dinero del mundo no lo hace posible. Pero incluso en estos casos, el esfuerzo realizado en intentarlo, el tiempo dedicado al cuidado de una persona querida que s encuentra enferma o próxima a la muerte nos devuelve un valor, confortándonos son eso que llamamos «haber hecho todo lo posible». Es decir, que aunque no obtengamos aquello que pretendemos, el hecho de hacer el esfuerzo por conseguirlo nos devuelve un valor en forma de satisfacción y tranquilidad.
Si llamamos éxito al logro de un objetivo, asociamos a este objetivo un valor, cuando menos el del deseo que nos ha hecho fijarlo como objetivo. Si el objetivo es fácilmente alcanzable, el éxito es también fácil de obtener y entonces podemos asegurar que nuestro objetivo, como nuestro éxito vale poco o nada.
Despertarse cada mañana es algo fácil: ocurre cada día y el día que no ocurra nos va a dar igual porque no nos enteraremos. No requiere esfuerzo, ni tiene mérito ni vale nada. Lo que realmente cuesta un esfuerzo, es levantarse de la cama.
Fijar objetivos difíciles que requieren gran esfuerzo es como una prueba de control de calidad adicional. Aun cuando no obtengamos el objetivo, si hemos realizado el esfuerzo, obtendremos la satisfacción de habernos superado, de haber luchado por lo que deseábamos. Si tenemos la lucidez de verla, también obtendremos la sabiduría que concede el fracaso, la experiencia de las cosas que se hacen, muy superior a la experiencia de las cosas que nos cuentan, que observamos o leemos. Así el fracaso nos recompensará con el esfuerzo y el éxito nos compensará del mismo.
Todo esto nos tiene que servir para determinar nuestros objetivos. Como muy bien deducía mi padre cuando desbarataba nuestras pretensiones infantiles, dedicar esfuerzos, tiempo o recursos a obtener objetivos y éxitos marcados con el señuelo de que son «fáciles» es perder el tiempo o engañarse. O no son tan fáciles o no merecen nuestra atención, porque nada valen y por tanto lo que dediquemos a su obtención es esfuerzo desperdiciado. No busquemos los éxitos fáciles porque, sencillamente, no existen.