Seguratas

Son oficialmente conocidos como «agentes de seguridad privada» o vigilantes jurados pero popularmente se les denomina por su nombre auténtico: seguratas.
Aunque como muy acertadamente indica la Frikipedia, existen diferentes tipos de Segurata, el tipo de «persona racional» está en extinción. Básicamente por que si a cualquier persona racional le pusieran a hacer un trabajo que le denigra, le pone en ridículo o sublima sus más bajos instintos, dejaría de hacerlo inmediatamente, por pura dignidad personal. Unos pocos idealistas se empeñan en nadar contracorriente en medio del torrente de la cloaca, sin darse cuenta de que la visión idealizada del guardián de la seguridad al servicio del público y la sociedad es solo una alucinación de su mente bienintencionada. Por citar la opinión de uno de ellos, «Es en definitiva una profesión acoge a los desperdicios currelas de aquí y de allá. No es algo vocacional, eso esta claro» (sic)
Es el tipo de trabajo sin formación que confiere autoridad sobre el resto del genero humano, aderezado con un uniforme, a veces armas y siempre instrucciones surrealistas e incompletas, a veces incluso claramente ilegales. Es la miel (¡o la mierda!) a la que acudirían todas las moscas sedientas de sentirse algo en la vida que nunca consiguieron por sus propios méritos, espécimenes violentos, sádicos, matones, engreídos y cobardes de diferentes especies.
Hay principios básicos para tratar con los seguratas: No discutas, no te entiende; no razones, ni puede ni le dejan; no chilles, denúncialo; no te quedes a solas o en desenfilada de las cámaras, necesitas pruebas; no provoques su violencia, está deseando desahogarse con cualquier excusa vanal.
Así dicho parece que un segurata es material peligroso. No se pueden hacer una idea de cuanto. Como los perros de la jauría, los seguratas son explotados por las grandes empresas a las que el márketing y los buenos modos impiden poner alambradas electrificadas y orcos con látigos para manejar al rebaño de clientes. Les proporcionan instrucciones escasas y simples ya que la poco capaz mente del empleado tampoco sabría bien como interpretarlas. Así cuando un segurata dice «no se puede» quiere decir «me han dicho que no se puede». Cuando dice «eso está prohibido» quiere decir «me han dicho que lo prohíba», cuando dice «no se lo puedo permitir» quiere decir «me juego las habichuelas si se lo permito». Traspasado este triste umbral de raciocinio, el segurata no tiene más razón que la violencia. La violencia verbal en forma de amenazas más o menos veladas, la violencia social en forma de procedimientos dilatorios, de aquellos de «se va usted a a enterar, porque seguro que tiene prisa, pero a mi me quedan seis horas de turno», …y llegado el caso violencia física.
Y detrás el sistema. Los dueños de los perros, el dinero, los abogados de las compañías …toda una organización desproporcionadamente dimensionada con el único fin de pisotear la más mínima noción de derecho, sustituyéndolo por el interés del que paga.
Todo esto me vino a la mente en el vuelo de vuelta desde Madrid. Llegué al aeropuerto dispuesto a tomar el primer vuelo del Puente Aéreo y al llegar al mostrador vi que salía uno en quince minutos. Me hicieron el billete y me fui al control de seguridad. Allí había una cola desproporcionada al número de gente que intentaba acceder a la zona de embarque.
Me dio la impresión de que el arco pitaba más de la cuenta. De hecho le pitaba a todo el mundo. La gente se quitaba zapatos, mostraba los bolsillos sacaba objetos de magnetismo imposible y el arco pitaba. Y el segurata se dedicaba a hacer registros concienzudos de aquellos potencialmente peligrosísimos pasajeros.
Llegado mi turno dejé en la bandeja y en mis bolsillos exactamente lo mismo que había dejado en Barcelona por la mañana y que allí me había permitido pasar el arco sin el menor indicio de sonido. Pero el arco madrileño pitó hasta desgañitarse y el segurata me indicó que ‘tenía que registrarme’. Me lo tomé con resignación. Quedaban unos minutos para la salida del avión, pero supuse que al expedir mi billete siendo este de business no vendría de un minuto y opte por lo más fácil que era no discutir con el segurata. Después de descalzarme y enviar mis zapatos a hacerse una radiografía me indicó que me pusiera con los brazos en cruz. Las compañías se suelen ahorrar esos aparatitos detectores de proximidad que dilucidarian donde llevo el objeto metálico que ha hecho saltar el arco, pero lo cierto es que la mayoría de los seguratas, y más en una situación en la que es evidente que el arco está mal tarado, harían un registro superficial. Aquel tipo se entregó a fondo y me pegó un manoseo que me dejó anonadado. Al llegar a la cintura me levanto la camisa y me palpó la entrepierna con tal interés que no pude por menos de tirar de mis pantalones, que me vienen anchos y se me caen sin cinturón y decirle «¿quiere mirar dentro también?». Se apartó y llamó a los agentes de la guardia civil diciendo que le había faltado al respeto, el agente se acercaron disciplentes -él y ella interrumpidos en su animada cháchara- y le dije que no era cierto, a lo que el segurata dijo «está grabado», ¿grabado? está claro que las cámaras no detectarían la presión ni su interés anómalo por mi anatomía. El guardia civil con cara de fastidio y poco convencimiento dijo «caballero, está cumpliendo su obligación». Ante la presencia de ‘la autoridad’ el segurata seguía dando instrucciones «dese la vuelta» yo por supuesto me la di, y nuevo manoseo. Al llegar de nuevo a la cintura debía seguir interesado en ese área por que casi me baja el pantalón a lo que yo protesté de nuevo ante el guardia civil: «¡oiga!, que me está bajando los pantalones!». Yo estaba entre indignado, pero tan sorprendido que ni siquiera me dio tiempo a cabrearme. el guardia debía saber, tan bien como yo, o incluso mejor, que yo tenía toda la razón del mundo, pero una cosa es lo que dice el Artículo 153 punto 2 y otra entretenerse en probarlo. Yo tenia muy claro que no podía cometer un desliz porque no quería perder el avión, pero el toqueteo de aquel energúmeno me tenía asombrado, ¿le daría algún tipo de placer el manoseo?. Ante mis protestas y porque el trámite no daba para más, se escabulló y me dejó recogiendo mis cosas. Yo me fui al avión pensando que debido a serias limitaciones psicológicas e intelectuales, la culpa no la tenía el pobre diablo sino este estúpido sistema que multiplica los controles vejatorios para los pasajeros, inútiles para la detección de peligros auténticos y cuya única finalidad es mantener una seguridad ficticia en la que nadie cree pero que nadie se atreve a racionalizar o que no se racionaliza porque unos cuantos están haciendo el agosto con ella.
Sobre los «agentes de seguridad privada», la ley dice cosas muy bonitas, como que tienen que tener una formación y un titulín, y tal y tal. Pero lo cierto es que el nivel es lamentable, que las consecuencias las paga el público y que los perjudicados son los derechos de los ciudadanos y muchas veces sus bolsillos porque cada vez más muchos lugares públicos dejan su seguridad en manos de compañías con sustanciosos contratos a costa de nuestros impuestos.
Si cualquier ‘agente de seguridad privada’ que se considere un profesional formado y responsable considera que las opiniones aquí expresadas son ofensivas, que no se moleste en comunicármelo. Si es un profesional responsable, no me refiero a él. Pero los dos sabemos que lo malo del sector es que desgraciadamente, lo que más abunda son seguratas de mierda.

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2 respuestas a Seguratas

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  2. JoseManuel dijo:

    Hablando de esto con un guarda de seguridad, me comentaba que el problema era muy conocido en el sector. Y tambien me decia que casi todos esos ‘seguratas’ son realmente ‘auxiliares’. Echa la ley, echa la trampa. El de seguridad privada debe tener una buena formacion, y es más caro que un auxiliar, que no tiene que tener nada… asi que es aun más ilegal, pues muchos auxiliares hacen cosas que la ley les prohibe, algo tan tonto como, por ejemplo, pedirte el dni.

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