Había leído que la peor situación en la que puede encontrarse un creativo es el «síndrome de la página en blanco» cuando, sea cual sea el medio de expresión que uses te encuentras ante un lienzo en blanco y las ideas no fluyen para plasmarse en un texto, un dibujo o en otro tipo de obra o comunicación.
A estas alturas de la película no voy a intentar hacerme pasar por escritor, pero mi modesto blog ha tenido sus lapsus, algunos de ellos vacacionales otros debidos a periodos de actividad intensa en los otros aspectos de mi vida. Sin embargo ete último mes ha padecido no tanto un síndrome de página en blanco sino un ataque agudo de ‘tecladofobia’ que como todos los de letras, igual que los amantes del griego (como lenguaje), sabréis que quiere decir «odio al teclado».
El nombre de la sección del blog donde escribo hoy se llama «Omblogo» porque es donde mi blog se mira el ombligo. Son cosas de las palabras que me gusta retorcer de una manera perversa, digamos que es un vicio de estudiante de ciencias que no puede ocultar su lado de letras. Yo creo que fue la primera sección del blog y es completamente egocéntrica (¿Blogocéntrica?) ya que en este blog no escribo mas que yo.
Lo del odio al teclado no es una excusa para inventarme una palabra y darle un poco de interés a un lapsus de algo más de un mes. Porque realmente ha habido otros lienzos que no han quedado en blanco. Durante este mes he dibujado, he creado dispositivos con el Lego Technic, figurillas con pasta FIMO, he escrito otras cosas (pocas, pero he escrito) y he hecho fotografías, aunque es verdad que menos que habitualmente. Y tambien he leído.
Naturalmente me he administrado mis dosis de televisión para mantener a raya a mi inteligencia, pero lo que más me ha dolido ha sido leer la prensa. Creo que en un empacho de noticias está la raíz de esta travesía desierta de escritos. Los reflejos de la realidad que ofrece -de forma siempre alterada, siempre engañosa- la prensa, me han producido tales nauseas, que no llego a imaginar cual pudiera haber sido la reacción en caso de haber estado expuesto a una versión más realista de los hechos.
El núcleo del problema es que la mayor parte de las cuestiones sobre las que habría escrito son temas políticos. La sociedad siempre ha sido uno de mis temas de interés, pero mi profesión me impone discreción en la expresión de ideas partidistas. No es fácil a veces determinar el límite entre la opinión y la defensa de principios que deberían asumir todos los sectores de la sociedad. Cuando aquellos que ostentan la autoridad hablan frívolamente de incumplir la ley, ¿supone una entrada en la lucha partidista decir que se equivocan?. Si una fuerza partidaria ataca los principios que propugna la Constitución y no habla de cambiarla sino de conculcarla, ¿debe la prudencia privarnos de defender el Estado de Derecho y los principios de la democracia?.
Este y otros dilemas similares me han producido esa animadversión a la escritura, porque para mi escribir es también una forma de hacer fluir mis ideas, de mantenerlas en movimiento para hacerlas crecer y actuar como llamada para otras ideas ajenas para enriquecerme examinándolas, discutiéndolas y en definitiva asumiéndolas o rechazándolas. Pero en el campo de las ideas no se puede ser promiscuo. Ideas hay muchas y no se puede perder el tiempo con las mal formadas, el ruido disfrazado de ideas, las perversiones de las ideas o los «sofismas del orbe encanallado», a esos monstruos deformes que no tienen estructura ni contenido hay que ignorarlos o c
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