Hoy era día de viaje y por tanto de nervios. Ya desde el desayuno se mascaba ambiente de tragedia griega, pero por ahora creo que lo hemos controlando bastante bien.
La mañana en el despacho no ha sido especialmente complicada, pero habitualmente las mañanas de los viernes son extraordinariamente breves y este lo ha sido aún más. Era el último día laborable del año y algunas cosas no podían aplazarse aunque el tiempo las perseguía con grave peligro de que se quedasen pendientes.
Por otra parte hoy se ha resuelto una incógnita que tenía pendiente desde que instalaron la fotocopiadora de red. Es una Canon IR2200 con alimentador de hojas y funciones de escáner, pero como instalar los drivers ya fue bastante duro, no me quedaron ganas de seguir investigando. Siempre he pensado que las impresoras son unos periféricos malditos que nunca hacen lo que se espera de ellas. Pero si se pudiera usar el escáner en combinación con el introductor de documentos seria fantástico y era una cosa de esas que siempre me habría gustado saber pero nunca había tenido tiempo de averiguar.
Hoy estaba fotocopiando unas hojas impresas por las dos caras y Miguel Ángel, el cabo primero de secretaría que me ha visto hacerlo a cara simple me ha explicado como copiar directamente las dos caras a una copia de dos caras. Hemos estado comentando otras características de la máquina y le he explicado mi duda sobre el escaneado ‘al por mayor’.
No ha dicho nada más, pero al rato ha venido al despacho con cara de satisfacción: «Sí que puede hacerse». Ya tenía los drivers instalados en su ordenador y solo quedaba hacer una prueba. En un tiempo récord un manual de 130 páginas se ha convertido en 130 archivos de imagen.
La utilidad es interesante y me ahorrará mucho tiempo en el futuro, pero me ha hecho meditar sobre otra cuestión que me parece mucho más importante. Miguel Ángel llegó a la Secretaría del escuadrón de la mano de Javier Ledesma que le enseñó las primeras nociones de informática. Después de eso ha aprendido muchas cosas y yo ya lo sabía, pues durante bastante tiempo ha sido el ‘solucionador de problemas’ oficioso del asentamiento. También sabía que de algunas cosas entendía más que yo pues de hecho he recurrido a él varias veces para consultarle sobre cuestiones de formatos de vídeo y grabación en CD o DVD de formatos digitales de vídeo, un campo que no he explorado demasiado.
Así que de hecho lo sabía pero no era consciente. A veces ocurre que es necesario un detalle para que seamos conscientes de un cambio o de un suceso que llevaba ocurriendo ante nosotros durante mucho tiempo. Hoy para mi ha sido evidente que tengo mucha suerte de estar y haber estado rodeado durante mucho tiempo de gente que vale mucho y que no deja pasar los problemas de largo, sino que los agarra y lucha con ellos hasta vencerlos, que son capaces de aprender y de aplicar lo aprendido. Soy muy afortunado por estar rodeado de personas de las que he tenido la oportunidad de aprender mucho y por haber formado equipo con ellos.
Creo que cuando se escriben tratados sobre el mando o la dirección no se da la importancia adecuada a algo tan fundamental como el personal con el que se cuenta. Cuando uno está apoyado por grandes personas, resulta mucho más fácil cumplir los objetivos.
Ahora se me plantea un problema, porque yo he seguido durante mucho tiempo la máxima de Rivière, el jefe de pilotos del correo que Antoine de Saint-Exupéry retrata magistralmente en «Vol de nuit» que era: «Aimez ces que vous commandez; mais sans le leur dire«. Es decir, «Amad a aquellos que mandáis, pero sin decírselo«. La idea es que el afecto entraña una debilidad incompatible con el ejercicio del mando. Sin embargo Dale Carnegie en su libro «Como hacer amigos e influir en las personas» asegura que el afecto por las personas sobre las que se quiere influir (familiares, amigos, compañeros de trabajo, subordinados o clientes) no puede ser simulado. La conclusión que puede extraerse de todo esto quizás sea que «no hay que decirlo, pero debe ser evidente».
¿Por qué entonces Rivière aconseja no hacerlo nunca evidente?.Nos lo dice también Saint-Exupèry a través de su personaje: “Pour se faire aimer dira-t-il, il suffit de plaindre. Je ne plains guère, ou je le cache…je suis surpris parfois de mon pouvoir”, es decir: “Para hacerse amar, dirá, basta con compadecer. Yo no compadezco apenas, o lo oculto… y a veces me sorprende mi poder”.
Quien dirige, se ve en la obligación de tomar decisiones que en algunas ocasiones perjudican o hacen daño a aquellos que manda o le rodean. Si el bien común o la consecución del objetivo lo aconsejan, es su deber hacerlo, a pesar de sus sentimientos. Esta batalla contra los propios sentimientos es suficientemente ardua como para que mostrarla sea una vulnerabilidad. Equivocarse es el «privilegio» del que está obligado a tomar una decisión aún a sabiendas de que existe la posibilidad de equivocarse. Mostrarse ajeno a los sentimientos -poco compasivo, según Rivière- curiosamente, hace más fácil que las indicaciones sean atendidas. ¿Por qué estamos más dispuestos a obedecer a los cabrones que a los afectuosos?.
En principio deberíamos creer que si alguien que nos aprecia nos impone una decisión que nos perjudica o es contraria a nuestro criterio, es porque tiene sobradas razones para hacerlo, pero la conclusión más frecuente no solo es que se equivoca sino que además nos vemos en la obligación de hacérselo patente e intentar que la cambie según nuestro criterio.
Por el contrario, si quien nos impone una decisión desagradable es alguien a quien consideramos un cabrón, todo encaja con una lógica maravillosa. Asumimos que la razón de su decisión no obedece a otro criterio que joder al personal y por supuesto no hay ninguna posibilidad de que razonando pueda cambiar de opinión. Más bien al percibir que nos fastidia se empecinará más en ello y aumentaremos su placer al ver que nos molesta. Por tanto lo mejor es no discutir y hacer lo que dice. Como está equivocado fracasará y así el que se joderá será él.
Empecé a escribir esto en el coche con la PDA, mientras conducía mi hija Beatriz y he acabado en Murcia, en la cocina de Gloria -la madre de Mercedes- con el portátil. No tengo conexión a la red y tendré que pensar de aquí a que tenga la oportunidad de subir este texto al blog si me expongo a mostrar debilidad o sigo al pié de la letra a Rivière. Quizás cualquiera de las dos opciones sea intrascendente y al fin y al cabo lo importante no es lo que escriba sino lo que haga y los hechos sean más fáciles de interpretar que cualquier explicación más o menos literaria.