Viendo subir por los árboles de la Rambla a las hormigas luminosas, me viene a la mente aquella fábula de La Fontaine que en mis años de estudiante de francés aprendí de memoria:
La cigale , ayant chanté
Tout l’été,
Se trouva fort dépourvue
Quand la bise fut venue.Pas un seul petit morceau
De mouche ou de vermisseau
Elle alla crier famine
Chez la fourmi sa voisine,
La priant de lui prêter
Quelque grain pour subsister
Jusqu’à la saison nouvelle
(…)
Es cierto que ahora recordaba solo los dos primeros versos, pero para eso está internet como fuente inagotable donde dar de beber a la memoria.
La fábula, tan cargada de razón y sabiduría es, sin embargo, un disparate en ciencias naturales. Ni ahora ni en tiempos de La Fontaine las cigarras sobreviven al verano, aunque en estos tiempos de cambio climático el otoño se ha retrasado tanto que casi ha traído de la mano al invierno y las hormigas que deberían estar durmiendo arrulladas por la tramontana, trepan por los árboles en un parpadeo rítmico y carente de objeto.
El único sentido que se me ocurre darle a esta iconografía imaginada por el genio creador del método paranoico-crítico, es el de la carencia total de sentido que tiene el consumismo pre-navideño, la inutilidad del esfuerzo sin objetivos y de las fábulas sin moral.
Las hormigas trabajan por un salario que consumen más que disfrutan y se ven condenadas a la danza invernal que recomendaban a la cigarra. Convirtiendo el trabajo -un medio para vivir- en un fin en sí mismo, se pierde el auténtico objetivo de la vida que es, precisamente, vivirla.
La paradoja es que quienes pretenden vivirla cantando olvidan que el trabajo es también una parte de la vida y como para las hormigas y las cigarras, tiene su momento adecuado. Quien olvide esto, tendrá que bailar en invierno.
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