Es posible que para muchos sea conocido simplemente por ser el autor de la novela «2001:Odisea del Espacio» que llevó al cine el director Stanley Kubrick. Muchos ni siquiera hemos leído la novela y yo personalmente tuve que ver un par de veces la película para entender algo de ella, pero sin embargo es uno de los iconos de la cultura durante la carrera espacial.
Clarke era ese tipo de escritor de ciencia ficción que no hacia trampas en sus libros. Un planteamiento científico y una paradoja producida por el progreso llevaban a una trama que se resolvía según las premisas planteadas desde el principio.
Nada de trucos de prestidigitación de esos característicos de las novelas baratas de monstruos gelatinosos cuando después de estar babeando por todas las páginas y tener acorralada a la chica el héroe saca una pistola desintegradora que aparentemente nadie sabia que existía y desintegra el monstruo y salva a la chica.
La razón es sencilla. Antes de ser escritor de ciencia ficción Artur C. Clarke era científico. Estudió en el King’s College de Londres física y matemáticas y participó en el desarrollo del Radar durante la segunda guerra mundial. Al final de esta, en un artículo sugería el uso de satélites artificiales en órbita geoestacionaria como relés de comunicaciones. En su honor la órbita geoestacionaria recibe también el nombre de órbita Clarke.
Tenía 90 años, fue nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico en 1998 y vivía en Sri Lanka (antigua Ceilán) desde 1956, cultivando su afición por la fotografía, el submarinismo y la cultura india.