Hace unos meses oí a alguien despotricar contra la globalización. Argumentaba, con mucha razón, que parte del encanto de los viajes había desaparecido debido a la globalización.
Antes, cuando ibas a un sitio buscabas los productos típicos de la tierra, que lógicamente allí eran más buenos que en ningún otro sitio, disfrutabas de la comida y del vino del país, comprabas algún producto artesano para llevar un recuerdo a la familia o para servir de testimonio del viaje en las estanterías de tu casa.
Hoy en día los productos típicos están intocables, porque son los que piden todos los turistas y los venden a millón si no ocurre que sales trasquilado y te dan ‘gato por liebre’. Al fin y al cabo eso de la ‘fidelización del cliente’ no parece tener el más mínimo interés. Al fin y al cabo, los que mas viajan no van dos veces al mismo sitio, por que si no no podrían ver tantos sitios diferentes.
Si viajas en avión, entre las restricciones de equipaje de las compañías de precios bajos y que como vas de viaje un par de días no quieres pasar la mitad de la estancia esperando tu maleta en la cinta de equipajes del aeropuerto y la otra mitad en el control de equipajes o en el control de seguridad explicando que no quieres hacer una bomba con vino de Rioja y champú… asi que la decisión más frecuente es viajar con equipaje de mano, una pequeña maleta donde no caben ni recuerdos ni detalles para la familia o los niños.
Al final resulta que los vinos de esa zona que has visitado están mas baratos en el supermercado del barrio que en la bodega, que la artesanía típica la tienen en oportunidades en el corte inglés y que vayas a donde vayas lo que mas ves son hamburgueserías, fast-foods y pizzerias, pero cuando vuelves a casa te enteras que han puesto un restaurante libanés a dos calles de aquel mexicano que hay en la calle del asador argentino.
así que lo mejor es viajar con las manos en los bolsillos y traerse del viaje solo las fotos, procurar evitar las hamburguesas y la comida para turistas y buscar los comederos que frecuentan los indígenas, que al final lo que se cuenta de los viajes es donde y que se ha comido, lo bueno que estaba y lo barato que salió (y si no salió barato, se omite el detalle).
Una vez en casa podremos elegir con tranquilidad cual es el mejor detalle que podemos comprar en el Corte Inglés para recordar nuestro viaje y seguir disfrutando de aquellas cosas que antes solo estaban al alcance de los viajeros desde la esquina de nuestra calle.
Eso justamente es lo que hemos hecho hoy nosotros. A sugerencia de nuestros vecinos y en cumplimiento de un propósito largamente madurado, nos hemos sacudido un Lacón con Grelos de día de Fiesta Mayor en su compañía y la de Maria José y Alejandro.
Cerca de casa está el bar ‘aquí te espero’ propiedad de unos gallegos de Orense afincados en Figueres. Mercedes y yo lo descubrimos un día cuando volvíamos del mercado y desde entonces nos hemos hecho habituales del pulpo feria, las almejas y otras exquisiteces que preparan. Hace unos meses nos comentaba Carmen, la dueña, que por encargo nos podía hacer Lacón con Grelos u otras especialidades gallegas de las que la materia prima se la enviaban directamente desde Galicia. (Maravillas de la globalización).
La experiencia de hoy ha sido casi mística, aunque era bastante previsible en función de nuestra experiencia con la cocina de la casa. Solo hemos salido de allí después de hacernos el firme propósito de repetir la experiencia y probar otras recetas y otros manjares otrora reservados exclusivamente a los viajeros: Empanada de berberechos, caldo, pote gallego,…
No sé como voy a sobrevivir a esas futuras experiencias, pues hoy, después de una siesta de serpiente he consumido el último cartucho de ‘Underberg‘ un estomacal de efectos casi mágicos y sabor poco convencional. Y todo por culpa de la globalización.
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