Siempre me han apasionado los juegos de construcciones. En casa habíamos tenido, procedentes de Andorra, dos juegos estupendos.
Los ‘Lego‘ de bloques con cuatro, seis y ocho ‘botones’ de encastre y un juego de construcción con fichas similares a las que luego usaría el ‘Exin Castillos‘, bloques rectangulares con dos ‘botones’, pero de color blanco. Este último estaba distribuido en una serie de cajones de cartón, que incluían además de los bloques, piezas en forma de dintel, cerchas y cubiertas de color negro, además de puertas y ventanas en una carpintería de un color rojo increíble.
Las fichas de Lego eran blancas y rojas. La variedad en las formas y el multicolor vendría años mas tarde, pero en aquellos primerísimos años sesenta estos juegos eran la punta de lanza tecnológica que llegaba a nuestras casas casi de contrabando, desbancando a los humildes juegos de piezas geométricas de madera.
Repasando ahora cuales eran mis entretenimientos con esas piezas creo recordar una necesidad casi obsesiva de que las piezas estuvieran colocadas de forma adecuada en el aparejo del muro, siempre alternadas para dar mayor solidez al paño. Si alguien colocaba las piezas una encima de otra sin fijarse en ese detalle me parecía que me saboteaban la construcción y tenia que deshacer lo construido hasta enmendar ese terrible fallo. También me gustaba que la construcción fuera ‘perfecta’, es decir, que el número de piezas en un lado y en otro fuera tal que finalmente los muros fueran a encontrarse dejando el espacio justo para insertar una pieza de dintel sobre la puerta roja.
No me cabe la menor duda de que un psicólogo sacaría un enorme partido de estas pequeñas obsesiones, pero en ver de ver en ello una necesidad de orden y seguridad o incluso brotes neuróticos obsesivos, yo prefiero ser indulgente con mi psique y atribuirlo todo a una fascinación por la belleza y el equilibrio en la arquitectura que aun me acompaña y que me permite emocionarme y experimentar un placer espiritual en la contemplación de los edificios notables, ensimismándome por igual en la armonía de sus proporciones como en la recreación del proceso de construcción hasta el punto en que observando una bella y esbelta catedral gótica desde el suelo, he sentido vértigo al pensar en los artesanos que colocaban las últimas piedras de sus torres puntiagudas, encaramados a frágiles andamios que sin duda no pasarían la mas leve inspección actual sobre seguridad e higiene en el trabajo.
Esta fascinación por las formas y los volúmenes es compañera de mi afición al dibujo, afición que nunca he cultivado en profundidad, pero que siempre me ha acompañado, ya que dibujar algo es una necesidad que siento frecuentemente. Dibujar me relaja y me entretiene, pero también me permite concentrarme y sobre todo me produce una gran satisfacción aunque soy consciente de que los resultados distan mucho de ser meritorios por mi poca dedicación a las técnicas y al estudio del dibujo. En este sentido discrepo de casi todos mis amigos que suelen dedicar grandes parabienes a los dibujos que me ven hacer. A mi, que soy humano, me gusta mucho que me halaguen pero soy consciente que aun cuando es posible que dibuje mejor que la mayoría de ellos, eso no me convierte en un gran dibujante. Yo soy mucho más crítico con mis obras por dos motivos: el primero es que la mayoría no alcanza los estándares mínimos de calidad, el segundo porque tampoco consiguen normalmente expresar lo que antes de tomar el lápiz yo ‘veía’ en mi mente.
Sé que cuando dedico una temporada al lápiz, mis dibujos mejoran, pero pocas veces he sido constante en ese esfuerzo y el entretenimiento y la satisfacción que me produce dibujar surte efecto a pesar de mis limitaciones en ese campo. Así que cuando mis amigos ejercen de admiradores y me dicen “te podrías dedicar profesionalmente a esto” a me sale una medio sonrisa y no puedo por menos que pensar que en tal caso, seguramente no sería tan divertido.
De alguna manera los hombres nunca dejamos de ser niños, y nos gusta seguir jugando. Yo he encontrado juguetes fascinantes que no podría ni haber imaginado en mi niñez, así que puedo decir que no me divierto como cuando era niño sino mucho más. Uno de esos juguetes a los que recientemente he podido dedicar algún tiempo es el programa de dibujo en tres dimensiones Sketch Up, que Google proporciona de forma gratuita. Una auténtica gozada.
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