Con motivo del Día de las Fuerzas Armadas, se celebró una recepción en el Palacio de la Merced de Barcelona, sede de la Inspección General de Ejército, cuyo titular es el representante institucional de las Fuerzas Armadas en Cataluña Aragón, Navarra y Baleares.
Me pidieron que en el marco de este acto dijera unas palabras sobre el 75 aniversario de la Academia General del Aire, que se conmemora este año.
Y este fue mi discurso:
Me piden que hable de la Academia General del Aire porque este año se cumplen setenta y cinco años de su fundación y de los que un día nos formamos allí, es probable que yo sea el más antiguo en activo que tienen a mano.
Quiero advertir que de los setenta y cinco años que conmemoramos, yo pertenezco a la primera mitad. Mi promoción es la número 34 de la Academia y egresamos como tenientes de la misma en el año 1982. Echen cuentas, hace 36 años. También es cierto que aunque la Academia de hoy es muy diferente a la que yo conocí, , hay cosas que, afortunadamente, nunca cambian.
Entre las efemérides y las anécdotas con las que podríamos extendernos toda la noche, he pensado que lo más importante sería hablar de aquello que aprendimos en la Academia.
Como la mayoría de los paisanos que han ingresado en cualquier ejército, Yo y mis compañeros encontramos, aquel mes de septiembre de 1976, un montón de cosas que nos resultaban nuevas y a veces muy sorprendentes y los primeros días corríamos de un lado para otro como pollo sin cabeza.
Aprendimos a no decir «señor», porque nos decían, allí no había señores, sino tenientes, capitanes,…comandantes, …y presentarnos ante un superior con la fórmula adecuada: «a la orden de usted, mi capitán, se presenta el caballero cadete…» cuadrado, en posición de firmes, la mirada al frente, voz alta sin gritar, cara de mala leche, también a no hablar si no te preguntan y a “clavar tacón” al marcar el paso.
Contada a través de anécdotas, la vida en la Academia resulta casi absurda debido a una disciplina y exigencia que resulta impensable en la mayoría de las unidades y se diría que no responde a la realidad. Y así es, porque en realidad se trata de una serie de mentiras. O acaso las maniobras no son una guerra de mentira, la simulación por ordenador no ocurre en realidad y es una mentira, los juegos de guerra son de mentira y en los simulacros hay fuegos, accidentes y muertos de mentira.
El entrenamiento y la preparación física se basa en la simulación de la competición y la repetición. Se trata de endurecer el cuerpo para que llegado el momento en que el esfuerzo sea necesario, este se realice con eficacia.
Este era el principio de vida en la academia. Vivíamos internos, aislados del mundo y sometidos a un régimen disciplinario severísimo. Los gorros tenían que estar en la taquilla de pié y con el escudo hacia afuera, las perchas con el gancho hacia adentro y la abertura de la chaqueta a la derecha, los zapatos con la punta hacia afuera, y el cenicero -si, teníamos un cenicero individual, incluso aquellos que no fumaban- limpio y boca abajo. Mil y un pequeños detalles cuya inobservancia provocaba arrestos que comprometían el tiempo libre o las salidas del fin de semana.
Teníamos asignaturas de materias muy diversas, las más cortas duraban un mes, otras un trimestre y otras se dividían en tres partes durante todo un curso. Ciencias y tecnologías asociadas con la aeronáutica eran la parte más importante, pero también había otras materias como derecho penal militar, normas y reglamentos, contabilidad, geopolítica, investigación operativa, inglés, psicología, sociología, didáctica, y así hasta 36 asignaturas en primero, otras tantas en segundo. 18 en tercero más el curso de observador y el de piloto para la escala del aire. Ya en el último año de academia, el curso dividía entre 12 asignaturas y las prácticas, de vuelo para los pilotos y de mando de tropa y ejercicios en el campo para nuestra escala que entonces se llamaba de “Tropas y Servicios”.
Como he dicho, los alumnos de vuelo efectuaban sus prácticas en tercer y cuarto curso. Para subirse al avión había que pasar el examen de procedimientos con un 85%, es decir debías saber donde estaba cada botón y secuencias de unas doce a veinte acciones en cada situación determinada antes de haberte subido jamás al avión. Cualquiera puede volar, pero en la academia había que demostrarlo en un número de horas determinadas, al cabo de las cuales si no se te consideraba apto para volar solo, eras baja en vuelo. Los Alumnos que causaban baja en Vuelo se incorporaban a la escala de Tropas.
Horarios estrictos, disciplina severa, arrestos frecuentes, actividades militares y deportivas extenuantes, …la Academia te obligaba a plantearte muchas veces si merecía la pena estar allí.
Cuando llegabas a casa en vacaciones, si se te ocurría dar unas pinceladas de tu vida a tus compañeros de bachiller, te miraban como a un marciano. En los primeros ochenta la vida de los universitarios era muy diferente a la nuestra.
Si tenías novia, normalmente solo la veías los fines de semana y un alud de obstáculos se interponían en tus citas: arrestos, servicios, ejercicios tácticos, incluso alguno se quedaba a preparar algún examen.
En una ocasión, durante un ejercicio de tiro, el capitán que lo dirigía me empujaba y ne daba cachetes en el brazo mientras yo disparaba, y me abrumaba con sus criticas y amenazas por que -según él- lo estaba haciendo fatal.
Cuando finalizado el ejercicio, cantaron la puntuación, y yo había hecho un 70% de impactos en la silueta. «Puedes hacerlo mejor», me dijo. Yo protesté,
– «Pero mi Capitán!, si me estaba empujando e incordiando», …su respuesta fue
– «Y tú que crees, ¿que el enemigo os va a echar piruletas?: Yo os entreno para sobrevivir en una situación de combate».
Y esta es la cuestión. Los líderes ¿nacen o se hacen?. La Academia se basa en el convencimiento que el liderazgo puede aprenderse. A veces cuando conocíamos a alguna chica universitaria y nos preguntaba «¿y vosotros, qué estudiáis?» alguien contestaba en broma: «Ciencias Bélicas».
Yo siempre he creído que si hubiera que resumir la esencia de la ciencia militar, esta sería la ciencia de la decisión.
Nuestra profesión nos obliga, sobre todo, a decidir. A veces con datos incompletos, asumiendo graves riesgos, que podrían implicar nuestra propia vida o la de nuestros hombres. Por eso en la Academia se nos entrenaba para tomar decisiones correctas en situaciones de estrés.
Se puede enseñar a resolver un problema de física o matemáticas, se pueden aprender leyes de interminables artículos, países del mundo y hechos históricos, se puede simular la gestión económica o la organización de una unidad, se puede disparar contra dianas que no se defienden, o a montar y desmontar el armamento o equiparse en un tiempo récord pero ¿como se simula una situación de tensión?. No se puede. Para que alguien responda como si estuviera estresado, tiene que estar estresado. Y ese era el objetivo de la Academia. Se nos sometía a una disciplina incluso exagerada, se nos cargaba de trabajo físico e intelectual y se nos obligaba a buscar siempre el limite de nuestra resistencia moral y física y se nos recordaba que la puerta de entrada era pequeña y estrecha y la de salida muy ancha y que además estaba abierta para cualquiera que quisiera renunciar.
El tratamiento era muy efectivo: Pasábamos una gran parte del tiempo encendidos como antorchas, pero también creábamos unos lazos fortísimos con aquellos que sufrían a nuestro lado, porque la presión sacaba lo mejor y lo peor de todos y nos permitía conocernos como puede que no conozcamos ni a nuestros propios hermanos. También hay que decir que los triunfos sobre la presión producían torrentes de satisfacción, autoafirmación y seguridad en nosotros mismos.
Muchos años después nos enfrentamos a las dificultades con una frase sencilla que resume esa formación: “en peores garitas hemos hecho guardia”.
Así que si tengo que decir que aprendí en la academia, diré que lo mas importante que aprendí es
Que el limite de una persona siempre está más lejos de donde uno mismo cree, que la mente domina al cuerpo y cuando crees que no puedes más, siempre puedes seguir adelante si tu mente quiere.
Que el estudio, el esfuerzo y el entrenamiento son la base del conocimiento y que este conocimiento se transforma en decisiones acertadas cuando también hemos entrenado al espíritu a permanecer sereno en medio de la locura.
Y que combinar esto con honradez, justicia y respeto por el prójimo te suele convertir en un líder respetado.
Si a esto le añades la convicción de que siempre te queda por aprender más que lo que sabes y que de cualquier persona y cualquier situación se puede aprender algo, es probable que pases la vida en camino de convertirte en sabio.
Estoy convencido que los alumnos de la Academia aprenden hoy en día estos mismos principios que para aquellos que pasamos por la Academia General del Aire, han marcado nuestra vida.