Existen referencias escritas desde la época de los romanos a la guerra de minas. La simple excavación de un túnel para provocar el derrumbe de la muralla o cuando se dispuso de ellos el uso de explosivos situados mediante un túnel bajo las defensas enemigas fue una táctica eficaz contra fortificaciones tan simples como una empalizada o tan perfectas como las fortificaciones abaluartadas del siglo XVII. Sin embargo la minería a la que quiero referirme nada tiene que ver con la poliorcética en el terreno práctico, aunque como concepto táctico no tiene tantas diferencias.
Cambridge Analytica es una compañía de minería de datos. Big Data es un concepto descrito por Viktor Schönberger en el ensayo «La revolución de los datos masivos» y que en una entrevista a eldiario.es afirmaba «Los datos masivos (o big data) son el nuevo oro». Este concepto hace referencia a una cantidad de datos tan grande que aplicaciones informáticas tradicionales diseñadas para procesamiento de datos no son suficientes para procesaros y encontrar patrones repetitivos o establecer relaciones dentro de esos conjuntos de datos. Como en la minería, la obtención del preciado metal supone una técnica para hallar la veta, un sistema para separar la mena de la ganga y obtener el mineral útil. A esta técnica de recopilación y selección de datos se la denomina «minería de datos». El desarrollo de la minería a través de los siglos y la importancia económica de esta ha obligado al desarrollo de leyes sobre la propiedad del subsuelo y las reglas de explotación o los conflictos entre partes. En la minería de datos estamos un poco como en el lejano oeste americano. Hay leyes, pero no siempre es posible aplicarlas, porque los mineros andan muy al oeste del Pecos, donde no siempre llega la Ley.
Y la verdad, ya que estamos en el Oeste, no me puedo resistir a mencionar que en este cuento nosotros somos los pieles rojas. Hasta ahora hemos disfrutado de nuestros datos en armonía con el universo compartiendo información con nuestra tribu y los pueblos amigos, pero los rostros pálidos ( y duros, diría yo) aparecieron un día y abusando de nuestra confianza nos están expropiando de los recursos sobre los que nunca creímos necesitar ejercer un derecho de propiedad. Una vez apoderados de nuestros datos, que muchas veces nosotros mismos les hemos entregado de buena fe los utilizan para vendernos baratijas y abalorios de escaso valor en un intercambio completamente injusto que nos empobrece y nos deja cada vez más indefensos.
Cuando hemos descubierto el valor de nuestros datos, hemos pensado que sería mejor protegerlos. Leyes, normas y empalizadas digitales se han levantado para proteger nuestro derecho a una vida privada, a la propiedad de nuestras ideas, a no desvelar nuestras intenciones o a que estas no sean descubiertas incluso antes de que nosotros sepamos que tenemos esas intenciones. Y a obtener información veraz con la que formarnos un criterio objetivo. Todos estos bienes los hemos protegido dentro de la empalizada.
Y aquí llegan los mineros de datos. Unos se acercarán a la puerta a pedir un derecho de explotación, pero otros no como los buscadores de oro, sino como como los atacantes de fortaleza excavarán por debajo de la empalizada para volarla y saquear nuestro datos, violando nuestra intimidad, matando nuestra iniciativa, destruyendo nuestra economía y arrasando nuestra democracia. Luego nos apresarán y nos venderán como esclavos.
Este más o menos es el argumento de esta historia. Los detalles morbosos los podéis encontrar en la prensa: cuantos millones de cuentas de Facebook capturadas, cuantas asaltadas desde la confianza otorgada a los contactos, cuantas manipulaciones, falsedades y bulos dispersados para crear estados de opinión, tendencias y juicios, no en beneficio de la justicia y la verdad, sino en beneficio de intereses espúreos, políticos o económicos, da igual. Pero solo son los detalles. Lo fundamental es que ahí fuera hay alguien cavando otro túnel hacia nuestros datos. Y que protegerlos adecuadamente es la única vía para librarnos de la miseria y la esclavitud.
Nota: Este artículo fue originalmente publicado en «Revista de Aeronáutica y Astronáutica» en su número 873 correspondiente al mes de mayo de 2018. Los enlaces referentes a este artículo pueden hallarse en Diigo