Mentiría si dijese que recuerdo el día. No soy bueno recordando fechas y otras cosas que pueden consultarse fácilmente, en un libro, en Wikipedia o en Google. Internet no ayuda a hacer el esfuerzo para recordar esos datos, pero sin embargo guardo clara e intensa la memoria de la noche en que llegamos – nosotros, la humanidad- a la Luna.
Desde niño, yo era un auténtico entusiasta de los viajes espaciales. Seguía con atención cualquier cosa que hablase del programa Apolo o de la carrera espacial. No había muchas fuentes de información en los años sesenta: TVE, la única televisión de España, la Prensa y Radio del Movimiento, la biblioteca de La Caixa y alguna colección de cromos. Esas eran mis fuentes de información.
Para compensar, disfrutaba de una imaginación muy productiva. Y mis dibujos. Dibujaba naves espaciales, batallas de naves espaciales …y soñaba con ir al espacio y ser astronauta.
Como prestaba poca atención a los estudios, con unos once años, mis padres decidieron hacerme un test psicotécnico. Para ver si era tonto de remate o un listillo con mucha geta. Me lo hizo mi pediatra de toda la vida, que además era un pionero en temas de psicología infantil, El Dr. Cambrodí. Durante varias tardes asistí a su consulta y rellené test de diversos tipos. El último día, me dijo: «Roberto, hoy no rellenaremos test, te voy a hacer una pregunta, es importante que no contestes enseguida, sino que la pienses muy bien. Quiero que me digas una cosa que deseas muchísimo, que sea factible, pero que sabes que tú no podrás conseguir». A pesar de las indicaciones del médico, casi no había acabado de hablar cuando la respuesta salió disparada de mi boca: «ser el primero en llegar a la Luna».
El buen doctor se quedó con una cara de asombro, meditó un momento y anotó algo en su hoja. Muchos años después cuando se encontraba a mi madre por la calle siempre le preguntaba por «el astronauta». El diagnóstico de la evaluación no me dio por tonto, pero esa es otra historia.
El caso es que para mis padres, que ya sabían de mis aficiones astronáuticas quedó patente mi interés por el espacio. Cuando unos meses después el módulo del Apolo XI aterrizó en la Luna, los astronautas permanecieron dentro durante unas horas antes de pisar la Luna. El momento histórico se tenía que producir a altas horas de la noche en horario de España, y a esas horas los niños estábamos durmiendo. Sin embargo mi madre me despertó para que pudiera verlo. Me levanté y me senté en el sofá, con los ojos fijos en la pantalla en blanco y negro de la TV, que ofrecían unas imágenes borrosas, y pude ver como Neil Amstron descendía hasta decir su frase histórica y pisar la Luna. Recuerdo la emoción del momento y como comentaba con mi madre que aquello que presenciábamos era, realmente, un momento histórico. Arrebatándome mi codiciada hazaña, el primer hombre estaba caminando por la superficie de la luna. Y yo estaba allí, viéndolo todo en directo. Un gran paso para la humanidad.