Hoy se cumplen 75 años de la desaparición de Antoine de Saint-Exupéry, y no puedo evitar dedicar un pensamiento a este hombre que de alguna manera ha marcado una parte de mi vida.
Mientras pensaba en la fecha, sentado esta mañana en mi despacho, la mano se ha deslizado al hilo de mis pensamientos sobre el papel y ha trazado el garabato que acompaña estas letras, algo que también comparto con Saint-Exupéry, que adornaba sus cartas y escritos con expresivos y sencillos dibujos que muestran algo del niño ilusionado y a veces melancólico que albergaba dentro.
Apenas nos conocimos en la primera mitad de los 70, cuando yo estudiaba bachillerato y no atendía en las clases de francés. Creía que no necesitaba atender porque estudiaba francés desde los 7 años y soslayaba mi ignorancia gramatical con una comprensión y una dición del idioma notable, al menos en comparación a mis compañeros.
En una de aquellas clases la profesora nos puso a leer en voz alta «Le Petit Prince». Pero me pareció una estupidez y no le presté atención. No sé en que momento, tiempo después, retomé la lectura de El Principito. Pero lo leí. Y me quedé asombrado. ¿Como podía haberme obcecado de tal manera en la falta de sensibilidad que suponía ignorar aquella maravilla?. Hoy, El principito es uno de los pocos libros que he leído más de una vez. Con mucha diferencia el que más veces he releído, en castellano y en francés; Lo sigo leyendo a veces, y todavía encuentro claves que había pasado por alto, ideas inspiradoras, sencillas y maravillosas.
Una de las que me enganchó en la primera lectura es la referencia al zorro que hace el protagonista cuando dice «No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo».
Esta idea sobre la amistad y que los amigos, no son seres excepcionales, si no que son como los demás, pero al conocerlos, al dedicarles el tiempo y el esfuerzo de comprensión cariño que les dedicamos como amigos, los convierte en algo excepcional, porque de esta forma vemos a la persona que hay dentro de ellos, única en el mundo, con sus virtudes y sus defectos. Yo he dicho muchas veces que no necesito que mis amigo sean perfectos. Si solo buscase la amistad de los perfectos, tendría escasas posibilidades de tener amigos.
Y así la literatura de Antoine Saint-Exupéry se convierte en filosofía y da para innumerables descubrimientos. Ese entramado de literatura poética y filosofía se teje sobre una vida dedicada apasionadamente a la aviación. No en un momento cualquiera, sino en uno de los que con razón pueden considerarse los más extraordinarios de la historia aeronáutica: el periodo entre las dos guerras mundiales, cuando la aviación es tecnología punta, aventura, descubrimiento, conquista de rutas y de récords.
Los hombres que rompen los límites se convierten en legendarios y su testigo es Saint-Exupéry, que los eleva a través de los personajes inspirados en ellos, al rango de seres míticos.
Entre todos, yo destacaría a Rivière, el jefe de la linea aeropostal en «Vol de Nuit». Un hombre duro al que le es indiferente parecer justo o injusto, porque hace lo que cree correcto y cuya recomendación, «amad a aquellos que mandáis, pero sin decírselo» he recordado muchas veces en mi vida. Saint-Exupéry se inspiró en Daurat, el jefe de pilotos de Latécoère, para crear su personaje de Rivière. Este hombre real, tan severo como virtuoso, a la vez inflexible y extremadamente humano cuya capacidad de liderazgo fue la clave del éxito de «La ligne». Titulado en la prestigiosa escuela de la Administración pública, participó en la primera guerra mundial, siendo herido como soldado de infanteria en la batalla de Verdún, y recibiendo diversos ascensos antes de pasar a aviación, donde se distinguió como piloto. Termina la guerra con el rango de capitán, la Legión de Honor y la «Croix de Guerre» con ocho citaciones honoríficas. Es él quien decide, en 1927, enviar a Antoine de Saint-Exupery, cuya inteligencia y don para las relaciones humanas ha notado, como jefe de escala en Cabo Juby, donde sabrá negociar con los moros el apoyo y los rescates de los pilotos caídos o extraviados en el desierto.
En Cabo Juby convivió durante dos años con la guarnición española y comenzó a escribir su primer libro, «Correo del Sur», a partir de sus recuerdos y de sus notas de vuelo, narra de forma épica, las primeras entregas de correo aéreo desde Francia hasta Dakar, a través de España, Marruecos y Mauritania.
Y es Saint-Exupery quien introduce Figueras en el campo de la literatura y la aeronáutica, cuando en uno de sus libros relata el paso de los Pirineos y como desde el avión se observa la capital ampurdanesa.
Seria largo detallar, aunque fuera someramente, los convulsos avatares de su biografía, sus aventuras aéreas, su amor apasionado por Consuelo, su esposa de origen salvadoreño, que lo recordaría en el libro «Memorias de la rosa». Las consultas al buscador o la visita a una biblioteca, ofrecen abundante información sobre su biografía y su obra.