A finales de junio de 2008, mi viaje de turismo a Viena coincidió con la celebración de la Eurocopa en la ciudad, que acabó el día 29 con la victoria del equipo español -imbatido en el torneo- sobre la selección alemana. A mi no me gusta el fútbol y me resultan bastante indiferentes los resultados deportivos. Sin embargo, la explosión motivada por el resultado de la Eurocopa de fútbol, que algún periodista en llamó ‘la marea roja’ me planteó un buen número de cuestiones interesantes.
Mi primera reacción, al oír como los periodistas jaleaban el fenómeno como ‘explosión de patriotismo’ fue una conmoción nauseabunda que me remitía al uso interesado del ‘pan y fútbol’ por parte del régimen franquista, donde podíamos soportar ser un país tercermundista, los parias de Europa o comparsas en el concierto de las naciones, pero siempre había una ocasión de redimir el orgullo nacional, de mostrar la superioridad de la raza y la integridad de la «reserva espiritual de occidente» en un estadio de fútbol, de forma que las gestas patrióticas memorables iban de Lepanto a Trafalgar y del «Glorioso Alzamiento» al gol de Zarra.
Este sentimiento de pena y rabia siguió aderezado de vergüenza al ver pasear por Viena las impresentables hordas calzadas con chanclas que remataban unas canillas peludas, unas bermudas envueltas a modo de falda por la bandera nacional, así profanada por aquellos adefesios vestidos con camisetas rojas mugrientas con medias lunas de sudoración. Todo ello rematado por las más inverosímiles prendas de cabeza, chisteras de bufón rematadas de toritos, pelucas de payaso fosforescente o simplemente pelos grasientos y pegajosos rodeando cabezas huecas de otro pensamiento que los onomatipéyicos alaridos como «Oe-oe-oe-oeeee…» o el declarado patriótico «loo-lo-loo-lo…»
Es muy posible que en Viena hubiera otros aficionados algo más comedidos o elegantes, pero sin duda alguna no los recuerdo, precisamente, porque no llamaban la atención.
Al trapo del patrioterismo españolista barato entraron de forma natural los nacionalistas periféricos, declarando de forma insidiosa su preferencia por otras selecciones diferentes del oprobioso estado que oprime y ocupa su «nación sin estado». Eso me extrañó mucho menos pues estos nacionalistas esperpénticos de opereta no son más que la sombra del espantajo agitado por el otro patrioterismo monolítico y cerril de la bata de cola, la gaita y el cachirulo, y como un eco no pueden más que repetir desde otra esquina las lecciones (invertidas, eso sí), de Formación del Espíritu Nacional, pero con fe de conversos y fanatismo mesiánico.
La llamada del clan futbolístico convoca unas unanimidades nunca vistas en sectores sociales y en lugares inconcebibles para este tipo de manifestaciones. Banderas españolas, banderas de toros españoles, camisetas rojas y amarillas, banderas como capa, como pañuelo, como pareo.
De forma que ese fenómeno deportivo y mediático, carente de ideología y completamente banal conmueve profundamente al pueblo y le libera del retraimiento en la exhibición de símbolos para, exaltado y enfervorecido , sumar voces al coro de la patria nombrada sin el habitual pudor exaltada con sonoros «¡arriba España!» que en otra ocasión concitarían protestas por su otrora significado uso por un partido único.
Unidos en lo irracional: En la masa, todos somos masa y por tanto no caben diferencias que son pijoterias intelectuales. Aquí todos somos de los nuestros y somos los mejores. Hasta los otros son de los nuestros, demostración palpable de que somos cojonudos. Y ya está. Un momento de gloria. Da igual quemarse cual mariposa en la luz si podemos vivir este momento de gloria que nos hace sentir poderosos, queridos, envidiados, arropados por el ser nosotros cada uno y cojonudos todos.
Y aquí está. Hemos llegado a la esencia del patriotismo. Este es el sentimiento irracional que lleva a los héroes al martirio, a la tropa a subir por la colina cuando el enemigo dispara a buena cadencia trocitos de plomo duros, rápidos y mortales. Da igual porque no se puede matar al nosotros y por tanto vivir o morir carece de importancia ya que el sentimiento de triunfo y el vínculo es perfecto y lo perfecto es eterno, no puede concebirse que hubiera un tiempo en que no existía ni que vaya a tener fin.
Yo no puedo sentir ese patriotismo. En realidad, para mi, eso no es patriotismo sino patrioterismo de charanga y pandereta. El patriotismo es el amor a la tierra de nuestros padres, con las dos vertientes que eso conlleva: el legado histórico y el patrimonio inmaterial formado por el pueblo, los bienes y la cultura.
Y aquello que liga todos estos elementos tiene que ser el bien común. No el derecho de propiedad, la ventaja de los privilegios, la explotación de los recursos o la herencia de la sangre.
El patriotismo solo puede ser manifestado en actos que busquen el bien común. La justicia, la igualdad, la riqueza y el progreso, la fraternidad, la libertad y el imperio de la ley. El patriotismo solo es virtud cuando se ejerce mediante actos virtuosos, con abnehgación, honradez, valor, lealtad: y añadiria que regido por la inteligencia y la serenidad más que por la pasión y la imprudencia.
Esa es la Patria que quiero legar a mis hijos. Una nación justa, prospera y sabia, con igualdad de oportunidades y educación para todos.