¿Alguna vez habéis sentido el irresistible deseo de dibujar cualquier cosa en cualquier sitio?.
No me han preguntado nunca «por qué» dibujo, o al menos no lo recuerdo. Si lo hubieran hecho habría contestado algo que para mí es evidente: «no puedo evitarlo».
Este es un dibujo hecho en el mantel del restaurante de La Valleta, cerca de Llançà, donde hemos comido con la familia. Allí se ha quedado, como muchos otros dibujos en establecimientos que son tan amables de usar manteles de papel para que yo pueda dibujar si me viene el apretón.
Otros no se han quedado olvidados, sino que alguno de los comensales lo ha recortado y se lo ha llevado. Muchos años después alguno me lo ha enseñado orgulloso: «tengo un dibujo tuyo». Y allí está, un trozo de papel mugriento con sus manchas de aceite o de salsa y un desahogo garabateado en él.
Lo normal es que aunque lo reconozca, no me acuerde del momento exacto. Entonces sonrío, pero no sé qué decir. Me halaga y me confunde ese aprecio que hacen de algo que es casi menos que «obra menor». Me emociona que recuerden con tanto cariño aquel momento que compartimos pero en la mayoría de los casos, mi memoria de pez lo ha borrado.
Que bueno es tener amigos que te recuerden, que agradable es sentirse querido, que emocionante es compartir tu vida con buena gente.