Se te va la luz y a pesar de ser pleno día, tu vida queda llena de incertidumbres. Mi refugio habitual frente al ordenador, donde no llega la luz del sol, queda a oscuras. Siempre que pasan estas cosas pienso que debería poner un SAI que me permita hacer un apagado controlado. Hoy por suerte no he perdido nada que tuviera a medio hacer y no hubiera guardado.
La comida queda a expensas de una recuperación de la energía eléctrica que alimenta la cocina y flota en el aire la esperanza que los alimentos de la nevera no sufrirán un asedio prolongado, pero hay que hacer la nota mental de no abrir demasiado la puesta para que el frió se conserve o mejor dicho pare que el calor no se propague en su interior.
Naturalmente la Wifi también ha caído y la avería debe ser grave porque el teléfono se ha quedado sin datos.
Esto podría ser el principio de una obra literaria postapocalíptica y como la televisión tampoco funciona no sé si ahí fuera hay realmente un apocalipsis en marcha y el 80% de la carga de la batería que me queda es el último vestigio de vida del teléfono, que al morir se llevará consigo estás palabras que estoy tecleando digitando el teclado, porque para poder dictarlas, que es como me gusta escribir en este aparato, también necesito conexión a la red…
Parece que ya vuelve a haber conexión a los datos por lo menos tengo dos rayitas y esto lo estoy dictando.
Voy a levantarme del sillón en el que estaba esperando el retorno de los voltios y si no han regresado iré a buscar un libro de papel y empezaré a leer, seguro que en cuanto lo haga, vuelve la luz. Si no al contador, al menos a mí cerebro.
Allí estaba yo, sentado en el sillón del salón, leyendo Takarabune, la novela de Sabino Cabeza y embarcando con el en una inmensa nave espacial cuando Mercedes ha vuelto de la calle y ha dicho que el corte era en toda España y Portugal.
Me he quedado un poco raro, pensando en mis elucubraciones apocalípticas, pero como es su cumpleaños nos hemos ido a comer fuera con los últimos 40€ en metálico que teníamos. Si ha de venir el fin del mundo, que nos pille divirtiéndonos y con la tripa llena. Hemos comido bien, ensalada y butifarra esparracada a la brasa y hemos hecho unas risas.
De vuelta ha casa, la luz ya había vuelto y la TV había encontrado otro monotema con el que marearnos, así que me he echado la siesta. Ahora me despierto y veo que el mundo se va a acabar, si, pero es poco probable que sea hoy.