Esto de la memoria es un fenómeno curioso. Los propios científicos no tienen muy claro como funciona, aunque saben que esta relacionado con las neuronas, las conexiones y todo eso. Poca cosa, para el tiempo que llevan en ello. Lo cierto es que somos capaces de recordar cosas inverosímiles como recuerdos de la infancia o borrar una vida entera, hundir en lo más profundo del abismo un recuerdo y rescatarlo en un momento determinado o extraviar el dato mas común para quedar como un idiota buscándolo en un momento de compromiso.
Quienes han educado la memoria son capaces de realizar lo que los demás llamamos hazañas prodigiosas, al margen de que hay quien está más o menos dotado para memorizar de formas diferentes y así hay quien tiene memoria gráfica o recuerda lo que oye o lo que lee, los estudiantes escriben resúmenes porque la escritura y la repetición fijan los conocimientos en la memoria y hay quien es capaz de recordar los nombres de quienes le presentan o todas las fechas de nacimiento de los conocidos que la han confesado.
Sin embargo en la memoria, tan asombroso como sus posibilidades son sus carencias. La más conocida popularmente como amnesia tiene múltiples formas, desde olvidar a leer o a atarse los zapatos pero no la lista de reyes godos o olvidar la propia vida pero no lo que se aprendió durante ella.
Entre bromas solemos usar la expresión «tienes memoria de pez» como antes se decía «eres despistado» o «cabeza de chorlito». Yo no sé si la zoología puede demostrar que estos pobres animales tienen esas carencias desmemoriadas o los elefantes la memoria monumental que se les atribuye. Últimamente he leído que los chimpancés si tienen una memoria utilitaria que interviene en su razonamiento.
Todo esto viene a cuento de que a mi me lo repiten mucho eso de «tienes memoria de pez«. Bueno, en realidad me lo dice Mercedes, que al fin y al cabo es quien más lo sufre. Pero ¿es así?. No de forma general. Yo tengo recuerdos muy tempranos. El primero, despertarme un día en la cuna antes de cumplir dos años. Tengo muchos recuerdos y podría decir que incluso para lo poco que estudiaba, recuerdo bastantes cosas de las que intentaban enseñarnos durante nuestros estudios. Recuerdo también poesías y letras de canciones que en su momento memoricé, las preposiciones y el enunciado de teoremas, definiciones o frases enteras de discursos y obras que oí o leí.
Pero se me olvidan irremisiblemente los nombres de las personas que me presentan, sus profesiones o teléfonos, sus caras, también se me olvidan rutinas diarias como donde he dejado las llaves o el chaquetón, que me han dicho que hay para comer o de que va la película de esta noche. Si voy a hacer algo como recoger la mesa o sacar la basura pero por el camino encuentro otra cosa que hacer o me piden que haga otra cosa, la primera se me olvida. Se podría sospechar que estos olvidos son interesados y que lo que no quiero es dar un palo al agua en las cosas de la casa, pero también se me olvidan otras tareas que si me interesan o en las que entretengo el ocio como las relacionadas con el ordenador, mis escritos, lecturas o proyectos. Se me olvida incluso llamar al médico para concertar cita cuando sin embargo el dolor o la molestia no desaparece y cuando lo consigo se me olvida ir a la cita, o si voy comprar las medicinas o tomarlas o hacerme los análisis que me prescribieron.
Aunque he aprendido a convivir con ello, en determinados momentos se convierte en una sensación angustiosa y aunque he desarrollado tácticas para mitigar esta situación tengo que reconocer que soy el tipo de despistado que se olvida de consultar la agenda para ver de qué tiene que acordarse. Por eso mis tácticas se basan fundamentalmente en la evidencia, la inmediatez y la rutina.
Lo evidente es lo que vemos sin esfuerzo. Las cosas por en medio son evidentes, si tropiezas con el cesto de la ropa es difícil decir que no te acordaste. Ahí interviene la inmediatez: hazlo ahora antes de que se olvide, a menos que tenga un lugar reservado en la rutina y entonces se hace «cuando toca».
Una de las evidencias más útiles son las listas. En un bloc sobre la mesa, en un posit fosforescente o en una pizarra en la pared, una lista es un asidero para no perder el norte de las cosas que hay que hacer. Yo hago listas a diario. Cada mañana en el despacho, en casa por la tarde, en papel o en el ordenador. Tachar de forma ostentosa lo realizado supone un refuerzo para acometer el siguiente punto. También pierdo muchas listas o me olvido de consultarlas, así que otra técnica es hacer listas en «3D». Los libros que hay que introducir en la base de datos están amontonados y hay otro montón con los registrados que hay que guardar en la estantería y otro de los que quiero leer, hay un montón de carpetas con proyectos e ideas y de revistas con artículos para revisar.
En mi afición por la investigación histórica las carencias de la memoria son una seria limitación, por eso anoto todo lo que averiguo y solo sé lo que he anotado. Hay historias en las que trabajo de las que no me acuerdo de los detalles mas importantes como el nombre del protagonista o el lugar de los hechos sin consultar mis notas.
Quizás esas limitaciones me han llevado a desarrollar interés por los métodos de trabajo que permiten aumentar la eficacia: los diagramas, la representación de la información y los sistemas de ayuda a la decisión y en general la gestión del conocimiento, a los sistemas de archivo y de clasificación pero sobre todo a esas herramientas cuasi mágicas y todopoderosas que son las bases de datos. Pero eso es otra historia.
lo que te pasa es que te haces mayor,…. la memoria inmediata flojea y la memoria remota fluye con recuerdos de tu infancia, de todas formas la estrategia de los diagramas me parece fantástica,…