Pasamos la semana pasada buscando una oferta de última hora para irnos esta semana de vacaciones. No la encontramos. En parte porque aunque resulte paradójico estuvimos buscando hasta última hora en vez de decidirnos por una el lunes. Y no nos decidimos porque las ofertas buenas eran para septiembre y en las fechas que buscábamos no había al precio que las buscábamos.
El caso es que como compensación decidimos irnos un fin de semana de relax a un baleario. Después de una breve búsqueda por la red nos decidimos por una oferta en el Hotel Balneario Blancafort en La Garriga.
La primera duda fue sobre si reservar la cena o es esperar a ver «in situ«. Nos decidimos por la opción «cena romántica» dentro de una oferta a la que llaman «déjate seducir».
Aunque las instalaciones stán muy bien, el resultado no fue completamente satisfactorio. Lo primero que hizo la borde de recepcion es actuar como una vendedora de MacDonals ofreciéndonos con tono de loro metálico cenar en el «Rincón de Lola» -una terraza jardín al aire libre- por la módica cantidad de 20 euros extra. Sin averiguar si eran por persona o por pareja nos decidimos por el restaurante «Gourmet» de aire acondicionado incluido en la oferta que llevábamos.
A continuacion el loro recitó la ubicación de todas las instalaciones señalándolas en un mapa como si fuera un ejercicio de memorización de datos para ingresar en el CNI. A nosotros nos tocaba el edificio de «nca’diós» pero podiamos optar a una habitacion en el más selecto edificio frente a las termas por la módica cantidad de 50 euros. Nos quedamos en las habitaciones próximas a la puerta trasera.
A estas alturas ya la habían cagado para mi, aunque estaba tranquilo como si me hubiera atiborrado a Prozac, básicamente orque estaba completamente mentalizado a pasar un fin de semana de relax y aunque Mercedes dice que por costumbre soy muy agresivo con los vendedores charlatanes, la verdad es que es puro instinto de supervivencia y algo de fobia por la estupidez.
Una oferta no tiene sentido si no se trata a los que la aceptan como a cualquier otro cliente. Las ofertas, o son con las mismas prestaciones o no son ofertas sino saldos.
La habitación estaba muy limpia, era cómoda y agradable. El aire acondicionado dejaba caer una gotera en el parquet de imitación y tuvimos algún problemilla con la nevera, pero finalmente pudimos disfrutar de agua fría.
Bajamos a la piscina y reservamos la sesión en las termas para el día siguiente ya que tenían un sistema de turnos para evitar aglomeraciones, lo que se traduce que que podías bajar a la piscina cubierta y climatizada una hora y media en toda la estancia, eso si, reservando hora.
A la orilla de la piscina exterior, después de bañarnos, nos quedamos fritos. Antes de cenar nos vestimos y fuimos a dar un paseo por el pueblo.
La cena era un menú con dos opciones por plato y una botella de cava regalo de la casa, pero el agua no estaba incluida y nos la cobraron. La cena no era nada del otro mundo de hecho era completamente impropia de un restaurante de hotel de cuatro estrellas y el servicio estaba formado por una sarta de aficionados que a pesar de la buena voluntad del Maitre no habrían podido atender con éxito ni el bar de un presidio. El segundo plato estaba mal cocinado. El pescado de Mercedes estaba crudo por algunos sitios y mi solomillo frio porque se olvidaron de él como delataba la costra de sequedad de la salsa. Para obtener un salero tuve que levantarme a buscarlo justo después del desfile de camareros ciegos. Los postres eran vulgares y podrían pasar perfectamente por prefabricados.
Por la noche hubo una interesante velada musical en el bar al que llamaban con afectación pija «El Bistro». Un dúo de tres interpretó unas canciones de Jazz que acompañaron sin estridencias un mojito demasiado cargado de ron tras el que nos fuimos a dormir.
Al día siguiente el bufete del desayuno era aceptable aunque nada memorable. Para mi el desayuno mide como nada la categoría real de los hoteles y este quedó como lo que es: un tres estrellas con pretensiones al que le deben haber dado la cuarta estrella por las instalaciones y porque no han tenido que soportar -con pocas pero honrosas excepciones- al personal mucho tiempo.
Después de desayunar bajamos a los baños que resultaron ser una piscina con agua caliente y chorritos de agua y otra con unas hamacas bastante incómodas dentro del agua y burbujas producidas por una instalación ruidosa. El «acceso libre a la ‘Tisanerie’ se traducía en unos termos con un tipo de té y un zumo insufrible de apio y manzana. Menos mal que había agua fresca que, sorprendentemente, era gratis estaba incluida en el precio.
El «Late check out» al que te daba derecho la oferta «según disponibilidad» parece que no estaba disponible ya que sin más consulta la borde de la llegada lo estableció a las 13:00 horas del domingo.
En definitiva un sitio que no está nada mal y en el que se puede llegar a disfrutar si se abstrae uno de la actitud poco profesional del personal y de la política comercial miserable y cicatera además de no caer en el error de hacer comida alguna en el establecimiento salvo el desayuno.
Y es que cuando uno se deja seducir, tiene que tener mucho cuidado de que no le rompan el corazón.