Basta de mentiras

No creo que los movimientos asamblearios sean una forma de democracia más perfecta que el parlamentarismo. Creo que el referéndum es probablemente la menos democrática de las herramientas de la democracia. Pero también creo que hoy en día la única esperanza de atisbar un poco de democracia en el futuro está en esta gente que se reúne en asambleas para manifestar su descontento con la forma en que se llevan las cosas y que pide referéndums para ratificar las decisiones que afectan directamente a la vida de los ciudadanos. Lo malo es que quizás habría que hacer otros referéndums para decidir cuales son estas materias, quien pone las preguntas, decide las opciones para las respuestas o determina la fecha de la consulta.

Pero en realidad todo se arreglaría si se desterrase la mentira de las prácticas sociales habituales, si se le retirase a la mentira la amplia tolerancia social con la que cuenta. Oímos mentiras como la cosa más natural del mundo, entendemos que ‘es normal’ no declarar la verdad en un juicio si puede perjudicarnos, ocultar nuestros ingresos a hacienda, copiar en un examen, exagerar nuestra dolencia para alargar una baja médica o sus secuelas para conseguir una mejor pensión, pedir una recomendación, no buscar trabajo para exprimir los meses en los que vamos a recibir un subsidio de desempleo o hacer transacciones ‘sin IVA’. Todo eso es normal y natural en nuestra sociedad,pero resulta más cómodo pensar que solo los políticos son corruptos y que solo ellos tienen la culpa de las contrariedades. Alguien podría convencernos de que debemos procesarles por brujería o encerrarlos en campos de exterminio, desterrarlos, exiliarlos o lapidarlos. No sé si sería difícil, al fin y al cabo, sería una mentira más de las que nos rodean sin que nos escandalicemos.
La revolución, la auténtica revolución que conmocionaría la sociedad hasta sus fundamentos y sacudiría la estructura del estado sería que los ciudadanos cumpliéramos estrictamente la ley, reprobásemos a los que mienten, exigiéramos que en las escuelas y en nuestras casas los niños aprendan que mentir no está bien y que hacerlo cuando nos beneficia es una cobardía repugnante, que hay que denunciar la mentira y condenar al mentiroso elegir para los cargos públicos a hombres honrados y relegar al ostracismo a los dirigentes y organizaciones que mienten.
Una situación así sería profundamente revolucionaria. Provocaría un cambio social de carácter universal. Los occidentales aprobaríamos las palabras de Mahoma cuando decía: «Di la verdad aunque sea amarga. Di la verdad aún contra ti mismo» y los seguidores del Islam comprenderían la sabiduría de un clérigo católico como Baltasar Gracián cuando escribió: «Es tan difícil decir la verdad como ocultarla» y todos podríamos coincidir con un romántico como John Keats cuando dijo «La belleza es verdad y la verdad belleza, no hace falta saber más que esto en la tierra» y sin necesidad de ser cristianos, reconocer la sabiduría de las palabras que Juan [8:32] pone en boca de Jesús de Nazaret: «la verdad os hará libres». Amén

La Verdad, el Tiempo y la Historia (Goya)

Nota Editado el 17/10/2023: Edito para actualizar el sistema de inserción de vídeo y descubro que el vídeo anteriormente insertado ya no está disponible, así que he buscado el que ahora figura en el artículo, que me ha parecido una historia adecuada para meditar sobre verdad y mentira.

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