Hoy es el día mundial contra el Tabaco. En realidad supongo que contra el Tabaquismo. Yo soy un fumador que hace ya algunos años que no fuma y esta es mi experiencia al respecto.
Empecé a fumar con doce años. Al salir del colegio, de camino para casa, pasábamos por detrás del Matadero Municipal. En un recoveco entre unos troncos cortados que había allí amontonados teníamos nuestra ‘cabaña’ y allí encendí el primer pitillo. Convertirme en un fumador no fue fácil. Los compañeros decían que había que tragarse el humo, pero cada vez que lo intentaba la garganta me quemaba, tosía como un demonio y me entraban una nauseas terribles. No obstante insistí hasta que dos años después, con catorce, ya me tragaba el humo. Al principio fumaba ‘Ideales’ o ‘Peninsulares’ porque era lo más barato que podíamos encontrar. Luego pasamos a los ‘Celtas’ y de ahí al ‘Ducados’.
Me di cuenta al poco tiempo que había empezado a fumar por la tontería de parecer ‘mayor’, algo que nos obsesiona durante unos pocos años de nuestra vida para luego pasar a obsesionarnos justamente lo contrario. Aunque como digo pasó poco tiempo, en realidad ya era tarde: me había convertido en un fumador. Aunque era consciente de ello, el tema no me preocupaba. Con la sensación de inmortalidad que se tiene en la adolescencia no percibía que tras las amenazas de contraer el cáncer u otras enfermedades hubiera un peligro real para mí. Tengo que confesar que a pesar de haberlo aceptado sin dudas de una forma intelectual, nunca en mi vida de fumador me ha preocupado la amenaza contra mi salud que suponía el tabaco.
De estudiante lo de fumar se llevaba mucho. Muy pocos de mis compañeros no eran fumadores y en la estricta disciplina de la academia militar en nuestra taquilla había un lugar reglamentado para el cenicero que tenía que estar limpio y colocado boca abajo al pasar revista, de forma que los no fumadores también tenían que tener su cenicero en el sitio previsto. Fumar era algo que reforzaba nuestra ‘pose’. Fumando nos creíamos interesantes para las mujeres, nos entretenía en los descansos de las clases, de la instrucción o en las horas de estudio. En mi maltrecha economía el tabaco ocupaba una prioridad importante ya que si no tenías tabaco te veías obligado a pedir y a convertirte en un gorrón, algo que estaba mal visto si se repetía con excesiva frecuencia. Tener tabaco era una muestra de poder e independencia y concedía un ascendiente sobre los que, malos administradores de su pecunio o desconsiderados con sus compañeros, dejaban de comprar sin dejar de fumar.
Tuve una ocasión para dejar de fumar cuando contraje hepatitis, semanas antes de acabar la carrera. Al ingresarme en el Hospital Naval de Cartagena me advirtieron que estaba estrictamente prohibido fumar. E cuanto la enfermera salió de la habitación eché mano al paquete de Ducados que había dejado en la mesilla y encendí un cigarro. La sensación de nauseas fue tan fuerte y el sabor tan desagradable que no necesité más recomendaciones ni prohibiciones y en el mes en que estuve hospitalizado no se me ocurrió volver a probar ni una calada. Convaleciente aún recogí mi despacho de Teniente y me casé con Mercedes.
Mercedes no había fumado nunca. De novios le dio una calada a un cigarro y casi se ahoga. A las pocas semanas de casarnos, en casa de unos amigos me ofrecieron un cigarro y allí se acabó mi abstinencia. En nuestro viaje de novios le pedí a Mercedes que me encendiera un cigarro mientras conducía y tuve que parar porque casi vomita entre toses y arcadas. Creo que han sido sus dos únicas caladas de tabaco en su vida, salvo las que como fumadora pasiva ha podido ‘disfrutar’ a mi lado. Gracias a una pequeña quemadura en un tapete de la mesilla consiguió presionarme para que no fumase en nuestro dormitorio pero en realidad yo no percibía el ambiente cargado del tabaco como algo molesto, así que sus quejas de molestias en la garganta me parecían más un exceso de sensibilidad o una táctica para perturbar mis costumbres de fumador empedernido.
Durante muchos años seguí fumando sin plantearme el dejarlo. Estaba convencido de que fumar me gustaba, me calmaba los nervios y me entretenía cuando no tenía otra cosa que hacer. En un momento determinado me di cuenta de que a pesar de que me gustaba el tabaco rubio fumaba negro como una costumbre heredada de mi exigua economía de estudiante. Ya que podía permitírmelo, pasé a fumar tabaco rubio, algo más caro en aquella época. Las cualidades administrativas de Mercedes, paradójicamente eran mis aliadas. Para evitar que comprase el tabaco en los bares, donde era más caro, compraba en el estanco un cartón a la semana, que era lo que me fumaba aproximadamente, de forma que nunca me faltaba tabaco. Algo que era muy molesto cuando sucedía, porque tanto si era de día o de noche tenía que salir a buscar una máquina expendedora o un bar abierto para fumarme un cigarro antes de dormir o tener el paquete a mano en cuanto me levantaba.
Llegó un momento en que fui aumentando la dosis y eran muchos los días en que tenía que comprar un paquete en la máquina expendedora del cuartel. Esta dependencia me molestaba.
Creo que soy un militar vocacional. Creo que ‘siempre’ deseé ser militar. Pero siempre he creído que el líder no nace, sino que se hace. He llegado a la conclusión de que la esencia de la carrera militar es la toma de decisiones. Debemos prepararnos para tomar decisiones lo más acertadas posibles, en situaciones críticas y bajo presión porque en una situación de combate, de esas decisiones dependerán la vida de los hombres a nuestro cargo, la nuestra, el cumplimiento de nuestra misión o todo a la vez. Pero no existen los ‘ungidos’ del destino. Con más o menos cualidades, como para cualquier otro trabajo, el líder se hace. Tomar decisiones es más una técnica –aplicación de conocimientos científicos basada en un método- que un ‘Arte’ o una cualidad innata.
En esta creencia firme de que tenía que educar y acrecentar mis cualidades como líder para ejercer bien mi trabajo siempre fui celoso de mi independencia de criterio. Mi capacidad para diseccionar la realidad, examinarla y sacar conclusiones fiables ha sido algo que he cultivado con esmero y defendido celosamente. Salir en medio de la noche en busca de tabaco o estar presa de un estado de excitación o de nervios por verme privado del tabaco no encajaba en absoluto en este esquema de lo que yo creía debía ser mi actuación profesional y vital. Sentí que el tabaco me controlaba y eso no alentaba mi autoestima. Por otra parte no quería dar una imagen de debilidad o falta de carácter dejando de fumar para volver a ello a los pocos días y convertirme en el “eterno ex fumador”. Durante bastante tiempo fui pensando sobre cual sería mi estrategia para dejar de fumar, convenciéndome de que debía hacerlo y al propio tiempo resistiéndome con argumentos sobre lo ‘bien’ que me sentaba y lo ‘bueno’ que era el tabaco.
Una de mis pasiones es la informática y por aquella época se empezaban a comercializar los lectores de CD-ROM para ordenadores, aunque eran muy caros para mi economía. Un día hacia finales de octubre pensé que un aparato de ese tipo costaba aproximadamente lo que me gastaba en tabaco en un par de meses. La cuestión era como “justificaba” ante mi mujer, cancerbero guardián de la economía doméstica, el gasto en aquel otro aparatito. “Si dejo de fumar hasta Navidad, me lo puedo comprar con lo que ahorre en tabaco”. Lo podía haber pedido como regalo de Navidad o de Reyes y lo habría tenido igual, pero esa excusa tan tonta fue la palanca que usé para dejar el tabaco. Dicho y hecho. Cuando me entraban ganas de fumar, pensaba en el CD-ROM. Aguanté hasta Navidad, me compré el CD-ROM y pensé: “¿Y si me compro un módem nuevo?” y seguí sin fumar ahorrando para el siguiente aparatito. Después del módem ya no necesité más excusas y seguí sin fumar.
No obstante, un par de años después tuve un fallo bastante frecuente en los que han dejado de fumar: el exceso de confianza. En una celebración decidí fumarme un puro. Pensé que me repugnaría, ya que ni siquiera cuando era fumador, fumaba puros. Sorprendentemente, lo encontré delicioso. Pensé que no había nada malo en fumar un purito de vez en cuando y empecé a fumar los fines de semana unos pequeños puros del tamaño de cigarrillos. Pronto pasé a desear que fuera fin de semana y acabé fumando de nuevo en unos meses. Y al poco tiempo estaba fumando de nuevo un paquete diario. Pensé que el truco del CD-ROM ya no me iba a funcionar y mientras pensaba en la estrategia para salir de nuevo de aquella esclavitud, empecé a fumar una marca que se llamaba “R1 Mínima” y que al parecer contenía veinte veces menos nicotina y alquitrán que los conocidos “Winston” o “Malboro”, aunque yo fumaba “Lucky Strike Light”. Fumaba aquellos cigarros y no fumaba más de los que fumaba antes porque realmente en el día ya no me daba tiempo para fumar más. Cuando alguien me pedía un cigarro al encenderlo miraba la lumbre para comprobar que estaba encendido pues realmente parecía que solo inhalabas aire caliente. Sin embargo yo podía sustituir perfectamente cualquier cantidad de cigarrillos suaves por Malboros o cualquier otra marca sin que ese incremente de nicotina atenuase mi ritmo de fumador.
También leí el libro “Dejar de fumar es fácil si sabes cómo hacerlo”. No es que dejase de fumar gracias al libro, pero me pareció interesante leer ordenadas una serie de razones con las que yo ya coincidia y otras en las que no había pensado pero eran igualmente ciertas. El tabaco no tranquiliza, no tiene buen sabor y uno deja de fumar cuando realmente quiere dejar de fumar.
Dos años después de haber vuelto a fumar estaba pensando cómo iba a dejarlo esta vez. Un sábado, volviendo con Mercedes de la compra, en un cruce de calles donde habían cambiado recientemente la preferencia me salté el stop y un coche nos embistió. Por suerte no nos pasó nada. Salí del coche, me apoyé en la pared y encendí un cigarro. Lo miré y pensé: “este va a ser el último cigarro que me fume”. Y así fue.
No recuerdo bien cuantos años hace. Durante un tiempo tuve un programa que había hecho yo mismo, que cuando arrancaba el ordenador me decía cuanto tiempo llevaba sin fumar, como una forma de motivación. Luego podía recordarlo calculando el tiempo que hacía que cambié de coche (aquel accidente llevó el coche a la chatarra) y finalmente lo olvidé. Debe hacer como unos siete u ocho años quizás alguno más, que no fumo. Sin embargo ahora soy consciente de que soy un fumador, es decir un adicto, que hace todo ese tiempo que no fuma. Una de las cosas que más me refuerzan mi decisión de no fumar es pensar que un solo cigarrillo puede hacer que vuelva a fumar y no quiero verme de nuevo esclavizado por esa costumbre que no me aporta nada. Es posible que si hubiera fumado entre tres a cinco cigarrillos diarios, no hubiera dejado de fumar nunca, pero ahora no fumo porque no creo que eso sea posible.
Después de dejar de fumar salió la Ley Antitabaco. Me pareció horroroso que se desarrollase tal persecución hacia los fumadores cuando por otra parte el Estado se enriquece con los impuestos y la distribución de tabaco es uno de los pocos –y más fuertes- monopolios de nuestra economía, ostentado por una empresa de titularidad pública. Creo que a pesar de la efectividad de la represión, una elemental muestra de respeto hacia aquellos a los que se les ha explotado vendiéndoles veneno sería dedicar recursos a la rehabilitación. El mínimo serían los ingresos por tabaco, pero invertir en contra del tabaquismo es rentable en términos económicos ya que los fumadores son una gran fuente de gastos para el sistema de salud público. Es importante que al efecto moral se acompañe el efecto económico porque no seamos ilusos: el dinero mueve más voluntades que los buenos sentimientos.
Sobre la forma en que yo he dejado de fumar dos veces no creo que haya motivo para crear escuela. Yo usé el CD-ROM porque era una fuerte motivación. Otros pueden usar su salud o la de los demás, la economía o cualquier otra excusa que les sirva para convencerse de que quieren dejar de fumar. El “mono” y otros efectos producidos por la abstinencia son reales, pero nadie se muere de eso si se quiere controlarlo, se controla. Hace falta una buena motivación. A veces un factor externo ayuda a encontrarla, como en el caso del accidente de coche, un hecho sin relación alguna con el tabaquismo, pero que para mi supuso un momento de meditación, algo así como “lo del accidente no tiene remedio, pero lo del tabaco, se va a acabar hoy”.
Haber dejado de fumar es una de las cosas de las que más orgulloso me siento. Me hace sentir que controlo mi vida y refuerza mi autoestima. Claro que podría avergonzarme por haber empezado a fumar de una forma tan estúpida y haber persistido durante tantos años. También lo hago como cura de humildad y hacerlo también me sirve para seguir siendo consciente de que solo soy un fumador que hace años que no fuma.
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Parece mentira que nos parezcamos tanto, hermanito. O es cuestión de genética, o bien el cerebro de todos los fumadores-que-hace-tiempo-que-no-fumamos funciona de igual manera. Un besito.