El viernes 1 de diciembre por la noche asistimos al concierto de Navidad que patrocina Endesa y que tuvo lugar en el nuevo auditorio de Girona a cargo de la Orquesta de Cámara del Ampurdán. (Orquesta de cambra de l’Empordà ) y la Orquesta Filarmónica de Cataluña (Orquestra Filharmònica de Catalunya). La invitación me llegó hace unas semanas y pensé que a Mercedes le gustaría ir. Hacia un año y medio o más tiempo que no íbamos a un concierto y yo seguía sin ningunas ganas de repetir la experiencia.
La música no me gusta. La mayor parte del tiempo la percibo como un ruido molesto: no entiendo, ni distingo, ni tengo el más mínimo interés. Me parece muy bien y comprendo que haya quien disfrute de ella y le guste, pero a mi no me gusta. Supongo que es algo que está relacionado con mis cualidades y estas no pasan por el sentido musical ni tan siquiera cerca.
Si que oigo música en determinadas ocasiones, hay canciones que me gustan y a veces cuando voy conduciendo pongo algún CD con temas escogidos. Pero podría prescindir de ello, las canciones solo me gustan después de oírlas durante bastante tiempo y porque están asociadas con algo: un recuerdo, un pensamiento, una imagen. Y además me cuesta concentrarme en otra cosa mientras oigo música así que leer o trabajar con música de fondo me resulta desagradable porque me obliga a esforzarme más en prestar atención a lo que hago. El silencio es un componente fundamental de mi ambiente de trabajo ideal.
Por tanto asistir a un concierto y dedicarme solo a oír es una cosa que empieza siendo aburrida y acaba siendo incómoda, incluso violenta, pues después de un rato todos mis esfuerzos se centran en no dormirme y si no consigo evitarlo me despierto inmediatamente sobresaltado por el temor a soltar un sonoro ronquido. No me importaría acudir a un concierto si pudiera dormirme arrullado por las melodías de la orquesta, pero por alguna extraña razón esto se considera muy poco correcto.
Bueno, a Mercedes sí que le gusta mucho la música y ella se pega en mi compañía muchas palizas aeronáuticas a pesar de que los aviones no le interesan en absoluto así que cuando vi la invitación pensé: “a Mercedes le gustará ir”. Hacia suficiente tiempo desde el último concierto como para haber atenuado, que no olvidado, el recuerdo del mal rato.
El concierto sin embargo, de forma sorprendente, no me resultó desagradable, a pesar de diversos condicionantes negativos. El primero que los asientos eran estrechos e incómodos, muy poco propicios a la relajación. El segundo que la orquesta estaba dirigida por un personajillo bastante patético. Sin embargo las obras interpretadas se hicieron ligeras y amenas.
Del programa, las partituras más conocidas (me sonaban hasta a mi…) eran sin duda ‘El verano’ de las cuatro estaciones de Vivaldi y la obertura de las Bodas de Figaro y probablemente las que me parecieron mas pesadas fueron las dos obras interpretadas después de la finalización del programa sin que realmente el público las pidiera.
A continuación se sirvió una cena aperitivo de la que entre muchas exquisiteces hay que destacar el ‘Bufet calent d’arrós de surenys‘ confeccionada por el restaurante ‘El Ginjoler‘.