Estos días tengo el estómago revuelto de nauseas por el tratamiento que la prensa está haciendo del accidente de Barajas. Quiero aclarar que me refiero solo a aquellos que faltos de profesionalidad y moral dan bulos por informaciones, no se documentan ni contrastan lo que oyen, invaden la intimidad de las personas buscando comerciar con sus sentimientos y cometerían cualquier indignidad por un segundo de atención.
Creo que a esos reptiles los propios periodistas deben aborrecerlos porque denigran la profesión como denigran el humano deseo de informarse y de conocer la verdad.
En parte la culpa no es solo suya pues es evidente que si hay carroña a la venta es porque hay mucho carroñero que acude a su olor. Los ‘reality shows’ son un éxito porque mucha gente encuentra más interesante vivir la vida a través de las emociones de los demás que a través de su vida diaria. Esa perversa tendencia se ha desarrollado hasta influir en la forma en que se dan las noticias.
Pero sobre todo, para saber distinguir la verdad de la mentira lo primero que hay que tener es algo de cultura. La extrapolación de que la prensa se equivoca o miente cuando habla de algo de lo que entendemos requiere entender de algo y plantearse la comparación. Una lectura crítica de la prensa no es algo que haga todo el mundo. Una lectura desconfiada es algo recomendable.
Hay que ser consciente que la información de la prensa es como una foto muy borrosa. Si hay una mancha en el centro es que hay algo, pero puede ser una vaca o un coche deportivo. A veces viendo las diferentes versiones podemos acercarnos un poco a la realidad, pero yo estoy seguro de que eso ocurre solo en contadas excepciones.
Hay sin embargo pobres estúpidos que fiados de todo lo que leen, se creen en posesión de la verdad y capaces de explicarnos al resto, pobres mortales, como es la realidad. No hay manera de sacar a un necio de su necedad, porque el necio ignora lo que debería saber pero no siente necesidad de suplir esa falta, porque en su necedad tampoco sabe que la tiene. Si el tonto se supiera tonto, ya no lo sería tanto. Lo malo de los tontos es que suelen creerse listos.
Y asi andamos. Nosotros vivimos una realidad que es diferentes de la de esos periodistas-carroñeros y de la del común de la gante que se conforma con creerlos. Quizás en otros temas formamos parte de ese común popular, porque no se puede saber todo ni destacar en todo, pero si somos conscientes de nuestra ignorancia y no nos encontramos satisfechos en ella, mantendremos intacta nuestra dignidad humana que radica sobre todo en la capacidad de conocer y de formarse un criterio.