Mi padre decía que esto del día del padre es un invento de los comerciantes para vender más. Como consecuencia, en casa no se celebraban estos eventos paganos y consumistas aunque llevasen nombre de santo.
No obstante y aunque me repetía su punto de vista cada vez que le llamaba para felicitarle en el día del padre, estoy seguro que se alegraba de que me acordase de él. Eso si, yo no le regalaba nada.
Aunque yo pienso exactamente igual que mi padre, al parecer no he sabido educar tan bien a mis hijos y de vez en cuando van y cediendo a las tentaciones consumistas, me hacen un regalo.
Ahí me pillan con el corazón partido entre la severidad y la complacencia. Si en jurisprudencia hay un principio que se expresa en latín como «in dubio pro reo» yo, en caso de duda, siempre he procurado decantarme del lado del cariño de padre. Así que me resigno y acepto el regalo, incluso sin ocultar mi alegría. Es lo que tiene la vida: si no has sabido educar a tus hijos, tienes que aguantarte. Resignación.
Este año mi hija se ha anticipado unos días a la fecha -ya no es lo mismo: no hay afán consumista a fecha prefijada- y sobre la naturaleza del regalo -elegido con gran acierto de mi lista de Amazon– hay que decir poco además de lo que se ve en la fotografía: sin duda dará para otras entradas de este blog en cuanto lo haya desentrañado en todas sus páginas y capítulos.
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