El día del recuerdo

Mi estancia en Inglaterra, hace ya casi diez años, coincidió con el mes de noviembre y por ello tuve ocasión de conocer la tradición del Remembrance Day o Poppy Day.

Me sorprendió la cantidad de gente que llevaba aquella cosa roja en la solapa los primeros días de noviembre. Me explicaron que el día 11 se celebraba el “Día del Recuerdo”, en memoria de todos los británicos que habían muerto en la primera y segunda guerra mundial y también en otras guerras.

Se celebra el día 11 de noviembre porque fue en esa fecha, precisamente a las 11 de la mañana cuando se firmó en la ciudad francesa de Compiègne el armisticio que puso fin a la primera guerra mundial. Instituido en 1919 por el rey Jorge V, se celebra desde entonces en el Reino Unido y diversos países de la Commonwealth.

Poppy

Me contaron que la amapola es el emblema de ese día porque su forma, un circulo negro rodeado de una mancha roja, recuerda una herida mortal y de esa forma recuerda a los muertos en combate. Luego he leído en algunas páginas que se eligió por ser una flor abundante en los campos donde se habían celebrado las cruentas batallas de la guerra europea.

El mismo día once del onceavo mes, a las once de la mañana se suele celebrar un acto en muchas ciudades del Reino Unido. En Cambridge lo hicieron en la impresionante explanada de Parker’s Place, frente a la cual se encontraba la escuela a la que yo acudía a estudiar inglés.

En el fin de semana siguiente se celebran desfiles, oficios religiosos y reuniones de veteranos para honrar a los que murieron. Aquel año fue precisamente el fin de semana que habíamos escogido para que Mercedes viniera a Londres y pasar juntos el fin de semana. La afluencia de veteranos me impidió encontrar sitio para alojarnos en el Club de la RAF y tuve que conformarme con un modesto hotelito en el norte de Londres, caro e inmensamente cutre, un detalle de los que más contribuyó a que Mercedes calificase aquel fin de semana como una de sus peores experiencias de viaje y prometiese no volver a Inglaterra “al menos hasta que usen el Euro y no haya que cambiar moneda”.

Pero esta triste historia del fin de semana londinense la contaré otro día, hoy quiero solo recordar como me impresionaron las cruces que se alineaban en los parterres frente a las iglesias, en los jardines o en los sitios más insospechados. Eran pequeñas cruces de madera, algunas parecían hechas con dos palitos del tamaño de los que llevan los helados, con su amapola en el centro y siempre un nombre. En casi todos los sitios formaban en grupos diferentes según los cuerpos de pertenencia, la Armada, los Ingenieros, la RAF o los Reales Fusileros.

A mi, que no tenia nada que ver con aquellas gentes ni con aquel país ni con las guerras en las que habían perdido la vida los propietarios de los nombres que figuraban en las cruces, todo este espectáculo me emocionaba y me ponía la carne de gallina.

No podía dejar de pensar que debía merecer la pena morir por un pueblo que recordaba a sus soldados de esa forma. En cualquier caso, si no hay nada que pueda compensar una vida, al menos los familiares deben de ser conscientes de que su pérdida y su dolor es compartida, comprendida y agradecida por sus compatriotas y como una nación que se comporta de esa forma siempre encontrará ciudadanos dispuestos a defenderla.

Dicen que las comparaciones son odiosas. Yo dejaré a los que han leído estas lineas que hagan su propio ejercicio de comparación y de meditación sobre lo que se pide, lo que se espera y lo que se da a aquellos que en contra del mas fuerte de los instintos -el de supervivencia- arriesgan y muchas veces pierden sus vidas convencidos de que lo hacen por el bien común, la verdad y la justicia.

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